Adición a los anacardos

Las adicciones son obsesivas, o al revés, pero acaso corrijan la aburrida normalidad de lo ordi-nario y mesurado

El catálogo de las obsesiones nunca acaba de escribirse. Sobre todo, si se considera la relación, más o menos directa, de las conductas compulsivas con las dependencias adictivas. Estas últi-mas asimismo variopintas, con distinta naturaleza y consecuentes efectos. No ser capaz de resis-tirse a una colmada ración de anacardos es una de ellas; y téngase como muestra particular de esas dependencias domésticas, asociadas a la compulsiva satisfacción de las querencias del es-tómago, de las que puede resultar difícil librarse.

Comprobar repetidamente si se apagaron las luces o se desconectaron algunos aparatos, lavarse repetida y continuamente las manos, ordenar con insistencia distintos utensilios o la ropa en el armario, revisar una y mil veces si no se olvida nada, son también obsesiones menores que des-colocan los comportamientos ordinarios. Pero la adicción a los anacardos, frutos secos bastante energéticos, atempera el mono cuando, en la sobremesa vespertina o nocturna, según lo procure el día, cabe un remanso de sosiego. Al menos así lo tiene un comprador -a medias entre obsesi-vo y compulsivo- de libros antiguos, descatalogados o facsímiles; que suele encaminarse, con una mochila a propósito, a ferias y librerías de viejo para adquirir copiosas provisiones con las que incrementar los millares de libros de su biblioteca abigarrada. Por lo que, reunidos libros y anacardos, en una conjunción de obsesiones, caben tanto atracones indigestos como lecturas provechosas. El remedio debiera ser, entonces, tan psicológico como digestivo, y una analítica repetirá la voz de alarma que el lector voraz -tómese en un doble sentido- no escucha por esa obstinada sordera del no querer escuchar.

Ya se decía, solo una muestra, la contada, de los trastornos que ajetrean la doméstica intimidad, porque es en los momentos que esta propicia, en los lugares más cercanos del vivir en casa, cuando y donde, de manera más evidente, se adoptan estas conductas y comportamientos que, por lo general, suelen afectar a cada quisque, aunque sea en distinto grado.

Por eso la adicción a los anacardos, incluso con su singular objeto, representa la entidad genui-na de las adicciones con que se satisfacen las inclinaciones algo desmedidas, la reiteración com-pulsiva de lo que puede procurarlo y, al cabo, la vulnerabilidad de los mortales menos asistidos por la aburrida normalidad de lo ordinario y mesurado.

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