Adiós, cabinas, adiós

La llegada de los móviles, hace algo más de veinte años, marcó el inicio del fin de las cabinas de teléfonos

La llegada de los móviles, hace algo más de veinte años, marcó el inicio del fin de las cabinas de teléfonos, que en muchos casos se convirtieron en el panel de anuncios de particulares que compraban, vendían, se ofrecían, etc.

Este que suscribe, como cualquiera de ustedes, hemos hecho uso del teléfono de ese mobiliario urbano. Parecía que las cabinas de teléfonos llevaban toda una vida entre nosotros. Han formado parte del paisaje urbano, pero hace mucho tiempo eran una especie condenada a la extinción irremediable. Hasta su retirada la mayoría han estado deterioradas y en desuso.

Al principio los teléfonos de cabinas funcionaban con las características fichas con ranura, y a partir de 1974 se adaptaron para funcionar con monedas de cinco pesetas, el popular "duro". En la década de los 90 aparecieron las cabinas llamadas "modulares", que revolucionaban el diseño y la tecnología existente. Las clásicas cabinas cerradas y acristaladas dejaban paso a casetas y marquesinas abiertas de estilo moderno. Los teléfonos incorporaban una pequeña pantalla de instrucciones, un regulador de volumen y, como gran novedad, la posibilidad de operar con tarjetas prepago.

En 1999 había nada menos que 55.000 en toda España. Millones de conversaciones tristes, felices, dulces, agónicas, rutinarias, de avisos y citas, urgentes, lentas, anodinas, y otras de duelo o de mucho amor, se transmitían desde cualquiera de ellas. Con la progresiva falta de uso quedaron expuestas al vandalismo y los crecientes gastos de mantenimiento. Mientras tanto, ustedes como yo y gran parte de la humanidad, quedamos cosidos al hilo invisible de los teléfonos móviles.

Las cabinas quedaron en la mente de muchos españoles asociadas a una sensación de claustrofobia bordeando el terror. A partir de la emisión del telefilms de Antonio Mecero, "La cabina", de 1972, no pocos usuarios evitaban cerrar la puerta del habitáculo. Buena parte de este efecto terrorífico se gestó en el interior de la central hidroeléctrica de Aldeadávila, escenario del rodaje. Allí se conducía la cabina desde la ciudad, con un desesperado José Luis López Vázquez en su interior, que recordaba años después que pasó un "miedo tremendo" en el rodaje. Fue Premio Emmy en 1973 al mejor telefilms.

Como todo en el mundo, todo tiene su fin. Descansen en paz.

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