Voy a ser directo: cerramos el peor curso de los últimos años, el peor curso de toda mi vida laboral, probablemente uno de los peores de la historia. Largos días de miedo, incertidumbre, inseguridad. Días en que no hemos dejado que el alumnado salga del aula absolutamente para nada (salvo para la asignatura de educación física), recreos separados, pasillos vacíos, chicas y chicos que solo venían al centro la mitad de los días… Nunca se hicieron menos excursiones, menos fiestas, menos mezclas de clase, menos trabajo en grupo, menos participación de la comunidad. Un año perfecto para quienes piensan que todo lo anterior son «pérdidas de tiempo», si no fuera porque incluso este profesorado ha tenido que trabajar mucho más que otros años, poniéndose al día en cuanto a medios técnicos para enseñanza sincrónica (la mitad de la clase conectada desde casa), preparando plataformas, duplicando explicaciones y exámenes. Para los centros, equipos docentes y profesorado que creemos en la interacción como base del aprendizaje, para quienes sabemos que la participación, la apertura y democratización de la toma de decisiones es clave y que la mejor forma de avanzar es abriendo las puertas a la comunidad, creando espacios conjuntos de aprendizaje… ha sido el peor escenario imaginable. No tenemos nada que agradecer a este curso 2020/21. Ha sido un tiempo de ansiedad, tristeza, inseguridad, adolescentes encerrados, familias preocupadas, profesorado que como siempre «hace lo que puede», con los escasos medios que se nos dan.

Lo único positivo es comprobar cómo el ser humano es capaz de sacar lo mejor de sí mismo en las situaciones más adversas. Por eso el alumnado nos ha dado una gran lección de cumplimiento de normas, profesorado y familias que nunca habían usado una webcam o una plataforma de formación han sido capaces de hacerlo, nos hemos pasado sin rechistar a la virtualidad, hemos aprendido a mirarnos a los ojos, valoramos cada minuto compartido, cada instante de disfrute, hemos sido capaces de organizar algunas pequeñas (este año grandes) cosas. Me niego a quedarme con algo bueno. Lo único bueno somos las personas. Ya lo éramos y lo seguiremos siendo. Únicamente, quizá, este curso nos lo ha recordado. Estamos hartos de esta «nueva normalidad». Necesitamos la antigua, y la necesitamos cuanto antes. Es necesario para todos, pero imprescindible y urgente para nuestros jóvenes.

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