After party

Ninguna celebración minimiza el poco respeto que tenemos por otro ente vivo o muerto que no sea nuestro cebado cuerpo

Ahora que todo pasó, que las calles se recomponen y recogen sus adornos para nuevos fastos, que la vida vuelve a su ser y aún tardaremos un par de semanas en deshacernos de la cera impregnada en el pavimento tal vez sea buen momento para echar la vista adentro y reflexionar sobre las legitimidades que nos adjudicamos durante celebraciones de cuestionable sentido místico. Y antes de que alguien se me eche al cuello con intenciones funestas, y puestos a ortodoxias, me gustaría hacer un recordatorio bíblico e instarle a que haga una lectura, si no completa, lo cual lleva su dedicación temporal y considerativa, sí concreta de ciertos pasajes donde se cuestiona con la vehemencia propia del dios que habla la idolatría en todo su espectro de manifestaciones. Al fin y al cabo desde la citada obra se aboga por una deidad presente, viva y capaz de intervenir de manera directa según el comportamiento de su pueblo. No hace falta ir más allá de Isaías, Baruc, Ezequiel o el libro de Sabiduría para hacernos cavilar acerca del sentido y la forma que damos a nuestras alabanzas y muestras piadosas hoy en día. Aunque me da que incluso comprobando las citadas lecturas dará igual, porque siempre encontraremos un requiebro interpretativo a nuestro acomodo y porque estamos más interesados en parecer que en ser, más preocupados por figurar que por atender ciertos preceptos básicos de convivencia desde actos cotidianos y más ajetreados en engalanar el escaparate que en barrer la trastienda. Pero yéndome a observaciones más vulgares me quedo extramuros religiosos y recuerdo la contemplación de decorados menos esmerados, como el de espacios públicos alfombrados con todo tipo de desechos orgánicos e inorgánicos dando un nuevo sentido a la expresión "eres más guarro que la Quecos". Ninguna celebración multitudinaria de origen remoto ni cultural ni natural ni artificial minimiza el poco o nulo respeto que tenemos por otro ente vivo o muerto que no sea nuestro hedonista y bien cebado cuerpo. Y aún más en el subsuelo de las explicaciones la quintaesencia de cualquier festejo es hacer negocio de una forma o de otra al amparo de mareas humanas desplazándose para llenar habitaciones de hoteles, terrazas de bares, aires de gritos y suelos de porquería, quienes, pasada la resaca correspondiente, volverán a las calles con avidez festivalera como las golondrinas al balcón del poeta en primavera.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios