Agosto

No está tan mal la vida urbana en agosto. Incluso con las olas de calor que hemos tenido. E incluso con los turistas despistados

Por lo general, se suele creer que las ciudades se quedan vacías en agosto, sobre todo durante la primera quincena, la que termina con el puente de este fin de semana. Error. Mi experiencia de urbanita a la fuerza me ha demostrado que la ciudad está llena de gente. Esa imagen de la ciudad desierta, a merced de las ventoleras polvorientas y de los perros que husmean melancólicos por las esquinas como amantes abandonados, no tiene nada que ver con la que estoy viviendo día a día. Las colas del supermercado son las mismas que en invierno. En los restaurantes de los polígonos se sirven los mismos menús a los mismos comensales equipados con sus monos de trabajo. Y el otro día salí a la calle muy temprano y lo primero que vi fue un pintor de brocha gorda pintando un balcón. El hombre llevaba el preceptivo uniforme blanco y estaba subido a una escalera de tijera. No era un aficionado, no. Sonaban las primeras campanadas del convento que hay por aquí cerca y aquel pintor ya había iniciado su jornada de trabajo. Y por más señas, era domingo, uno de esos asfixiantes domingos de agosto de los que hablaba Patrick Modiano. El mito de la ciudad letárgica que duerme el sueño eterno durante el mes de agosto se vino abajo en un segundo.

No sé si eso es bueno o malo, si es un indicio de que hay mucha gente que no se ha podido ir de vacaciones o si por el contrario es una señal de que la actividad económica va muy bien y muchos profesionales han preferido quedarse a trabajar ahora que había trabajo. Pobres autónomos, por cierto, siempre machacados, siempre exprimidos, siempre despreciados -y eso que aún no les han empezado a cobrar la nueva cuota de autónomos-, sobre todo por esos profesores de universidad que enseñan asignaturas ignotas y que tienen sus vacaciones blindadas por convenios y sexenios y acuerdos sindicales. Las dos Españas, claro que sí, una mimada y privilegiada y la otra sometida a la implacable ley de la calle.

Pero estábamos hablando de la vida en la ciudad durante el mes de agosto, y no de aburridas consideraciones sociológicas. ¿Saben qué? No está tan mal la vida urbana en agosto. Incluso con las olas de calor que hemos tenido. E incluso con los grupos de turistas despistados que llenan las calles. Por las noches se oyen cohetes que nos llegan desde no sabemos dónde. Y de pronto sabemos que alguien, en algún sitio, se lo está pasando bien.

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