NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
Por estas tierras hemos convivido con la sequía desde tiempo inmemorial. Hace años era habitual ver bidones en las cubiertas para almacenar agua y solventar los frecuentes cortes de suministro. Era ni más ni menos la versión moderna de los clásicos aljibes para recoger el agua de lluvia o para llenarlos cuando tocaba la ‘tanda’ del Canal de San Indalecio. Hasta tal punto estábamos acostumbrados a la sequía que cuando las noticias hablaban de una determinada zona en alerta roja, aquí estábamos en alerta ultravioleta y nadie se daba pijo de importancia. Pero estas prácticas, lamentablemente, se han ido abandonando y nos hemos acostumbrado a que cuando giramos el grifo salga agua a raudales, sin preguntarnos ni cómo ni porqué.
El agua potable es un bien escasísimo, menos del 0.01% de agua de la Tierra; su posesión y dominio se convertirá en el nuevo nicho de negocio, y su control será el origen de la mayoría de los conflictos que se producirán en el presente siglo.
Se hace necesario un cambio en la forma de gestionar el agua dulce, sea potable o no, y para ello es imprescindible diseñar nuevas formas de distribución y consumo, al mismo tiempo que adaptar las infraestructuras para tener un uso más eficiente de este bien tan vital. Aquí van un par de iniciativas.
La captación de aguas de lluvia debería ser una práctica habitual y generalizada, tanto a nivel general, por los ayuntamientos, como particularmente por los propietarios de viviendas, edificios o instalaciones. Se trata de almacenar esas aguas en depósitos y aljibes para su posterior utilización. En nuestra zona tenemos precipitaciones medias de 200 mm al año; esto supone que por cada 5 m² de superficie podemos recoger 1.000 litros de agua. Por ejemplo, en una vivienda que tenga una cubierta de 100 m² recogeríamos 20 m³ al año.
Carece de toda lógica que utilicemos agua potable para el llenado de cisternas, cuando se podría utilizar para tal fin aguas grises, las procedentes de duchas, lavabos o lavadoras. A lo largo del día una persona utiliza unas 6 veces el wáter y tira de la cadena, lo que supone un consumo de unos 60 litros de agua potable. Una familia de cuatro miembros gasta a lo largo de un mes entre 7 y 10 m³ en estos menesteres. Si utilizáramos aguas grises se ahorraría, como mínimo, una tercera parte del consumo total.
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