Alegoría del delfín varado

Un delfín varado en la playa tiene poco, o mucho, que ver con las controversias de los rescates en ese mismo mar

Con las metáforas y las alegorías hay que tener cuidado, asimismo con la ironía, ya que pueden desviarse, o torcerse, las intenciones con que se recurre a tales comparaciones o ficciones. El sentido recto de la información es que el cadáver -téngase también por tal el cuerpo de un animal muerto- de un gran delfín mular apareció, el pasado martes, en la playa almeriense de El Zedillo, con grandes mordiscos de tiburón supuestamente realizados, tras su muerte, por escualos que hacen de carroñeros. Tan pronto como varó el cadáver del delfín en la playa, a la sorpresa de los bañistas sucedió la pronta y diligente atención de los servicios: primero, el equipo de socorristas; después, Emergencias 112; así como la Policía Local, Equinac -entidad sin ánimo de lucro, autorizada por el Gobierno, cuyo objetivo principal es el de atender los varamientos de tortugas marinas y cetáceos en el litoral de la provincia de Almería-, y, finalmente, los servicios de limpieza una vez realizadas la actuaciones necesarias. Todo en una coordinada y diligente intervención que ha solventado de buen y eficaz modo la situación sobrevenida. También puede decirse que extraordinaria porque no es habitual que vare -aunque solo encallen, varen, las embarcaciones, se asimila la expresión- en esa playa un delfín muerto. Y lo excepcional sabido es que reclama más atención que lo ordinario. Pues bien, en el mismo mar que se aquieta en la playa almeriense deben reposar -si es que así concluyen trágicos y funestos desenlaces- cadáveres descompuestos y seguramente mordidos de migrantes -migran, se trasladan desde el lugar en que habitan a otros diferentes, porque todavía no han llegado a un país extranjero ni se radican en él como inmigrantes-, que algunas veces, como el delfín, aparecen ahogados en las playas. En ese mismo mar, traficantes de personas abandonan a los migrantes en el mar abierto o se las valen de pesquisas para poner en alerta a los buques de rescate, cuando no son el arrojo o la desesperación los que empujan a echarse al agua sobre algo que pueda flotar y dejarse llevar por las mareas. Ante tal panorama, instituciones europeas, gobiernos, instancias judiciales, oenegés, así como los correspondientes programas y servicios, no encuentran una manera acordada y efectiva de afrontar el estado de las cosas. Es más, estas situaciones dejan de ser extraordinarias, por repetidas, si bien urgen el recto sentido de la alegoría del delfín en la playa.

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