Aún venía con miles de imágenes en su retina, reticentes a quedarse relegadas en un rincón de su memoria. Volvía a su hogar, después de unos días de estancia en algunas de las más bellas ciudades andaluzas, y aún perduraban en sus ojos sus calles y plazas engalanadas con motivos navideños, e inundadas de luz. Desde que tenía uso de razón, la comparativa de su ciudad natal con todas esas joyas siempre se saldaba con números rojos. Comparar la monumentalidad de Sevilla, Granada o Córdoba con esta, era demoledor. Y sin embargo….la amaba a rabiar. Con el tiempo cambió su vara de medir, y tuvo conciencia de la gran riqueza que encerraba la Almería de su alma, y no fue la única. La tremenda belleza de sus desiertos, de sus ramblas secas, de sus montes esculpidos por la erosión, de su costa mediterránea, de la ciudad con su alcazaba, que como un vigía, oteaba incansable el horizonte, bañados de un sol implacable, le dieron otro sentido a la belleza. Directores de cine vieron en ella lo que acababa de descubrir por sus propios medios, y se multiplicaron los rodajes que le dieron la fama de "Almería, tierra de cine". Su clima amable, las tierras que, junto con su costa, conforman el Parque Natural Marítimo Terrestre del Cabo de Gata-Nijar, la Sierra de María, el espectáculo futurista del mar de plástico del poniente, o los valles del Andarax y del Almanzora, le fueron robando el corazón a miles de turistas que adoptaron su tierra con la misma pasión que ella. Sin embargo tenía la sensación, cada vez más clara, de que la ciudad iba languideciendo, abandonada a su suerte entre la desidia y la falta de amor por ella. Hacía unos años visitó una pequeña población gallega de belleza inigualable, recreándose en su paisaje, su arquitectura, el mar batiendo sus olas contra sus minúsculas huertas, y se quedó tan prendada que se prometió volver. Se llamaba Oia, y esta vez sí que sintió envidia, era noticia porque su equipo de gobierno municipal había creado la Concejalía de la Felicidad, algo tan anhelado como inalcanzable para cualquier mortal. ¿De verdad alguien podía creerse que tal cometido pudiese ser puesto en marcha y tener resultados satisfactorios?, pensó para sus adentros. Miró por enésima su ciudad con ojos nuevos, ¿y si de verdad funcionara?. Otra vez le rondó por la cabeza una idea que tenía desde hacía décadas, a los políticos municipales se les presupone que deben actuar con responsabilidad y honestidad en su ejercicio, pero nadie se ha planteado hasta ahora qué pasaría si además se les exigiese que amaran a sus pueblos y a sus ciudades, que su objetivo principal fuera la felicidad de sus habitantes, bastaba con pasear por algunos de sus pueblos para ver la diferencia. ¡ALMERÍA QUIEN TE AMARA, Y POR TUS CALLES PASEARA!.

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