Analfabetos operativos

Somos un país de "amateurs", ironizaba Cela, y acaso no andaba descaminado

El profesor de la Universidad de Granada, F. Murillo Ferrol aludía con frecuencia al analfabeto operativo. Una categoría en la que incide, decía, hasta el super ingeniero que se enfrenta a ese material inextricable que es la energía, cuya esencia no conoce, aunque sepa como generarla, controlarla y venderla, con lo que, al cabo, nos vamos apañando todos. Murillo como gran sociólogo que era, conocía bien las deficiencias cognitivas y culturales que lastran a esta civilización, en la que sobrevivimos solo por venir genéticamente pertrechados para funcionar, divertirnos y hasta ganarnos el pan, a pesar de nuestra ignorancia supina. Y no solo para elucidar las grandes preguntas de la existencia, sino hasta para descifrar las practicas más básicas de ella. Se trata de una incompetencia crónica acentuada por el auge de la tecnología y oferta informática, con procesos y aplicaciones que resultan herméticas para la mayoría educada entre oficios o saberes tradicionales. Somos un país de "amateurs", ironizaba Cela, y acaso no andaba descaminado. Alguna vez habré escrito sobre aquella trifulca en la Unesco, para consensuar si el analfabeto deja de serlo con aprender a leer y escribir o requiere, además y como yo creo, cultivar cierta conciencia crítica del mundo y su necesaria transformación a través su implicación en la mejora social. Y es que, siendo mala toda ignorancia, el peor analfabetismo funcional que conozco, es el que emponzoña la vida política de una comunidad, en su doble inercia corruptora de criterios: bien nublando el de los electores o bien ofuscando el del político elegido. Mala la ceguera de la gente porque, como decía B. Brecht, le impide ver (porque si lo supiera además sería también irresponsable) que es de su incultura política, de la que nace el niño abandonado, la prostituta, el pobre, el atracador, el mafioso y el peor de todos los bandidos, que es el político deshonesto. Y mala la ignorancia del político profesional, porque solo sobre ella puede alzarse la soberbia precisa para medrar donde no da la talla o donde no sabe qué hacer para mejorar la sociedad, favoreciendo así todos los atropellos, abusos y corrupciones sociales que sufrimos. Y viene a cuento la desazón porque llega otra campaña electoral y con ella, recaigo en la utopía: ¿y si por una vez, nos esforzáramos en distinguir los hechos de los ruidos, o lo que significará que votemos a unos o a otros?

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