C ONOCÍ a Andrés 30 años tarde. Empecé a tratarlo en profundidad en 2011 y, sabiendo de nuestro paisanaje, cada día lamento no haberlo hecho antes. Alberga el don de la naturalidad, esa facilidad de decir las cosas a la cara como las siente que tanta incomodidad despierta entre los mediocres. Empecinado como pocos, un día soñó convertir su pueblo, Olula del Río, en un foco cultural incontestable y no cejó en su afán hasta conseguirlo. He tenido la inmensa fortuna de visitar su estudio de trabajo y compartir charlas con él sobre lo divino y lo mundano, de recibir detalladas explicaciones de todas y cada una de las salas expositivas que conforman la 'Ciudad de la Cultura'. Es una mente incansable que cuando acaba un proyecto ya está pensando en el siguiente, alguien de quien todos los almerienses deberíamos sentirnos orgullosos. Me precio de ser amigo de Andrés García Ibáñez, un ser extraordinario que el pasado 24 de septiembre alcanzaba el medio siglo. Espero que la salud lo respete a él y a su familia por mucho tiempo para que pueda seguir regalándonos su ingenio único.

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