Animales civiles

Dejan de ser animales civiles los hombres de gran maldad, que rompen el concierto civil, y natural, de la ciudadanía

Los comportamientos incívicos que alteran y convulsionan las noches en Barcelona tienen un motivo declarado pero razones bien distintas. Ni maquiavélicamente la excusa del fin justifica la tropelía de los medios. Aunque la instrumentalización de los atropellos, ya compartiendo la excusa del fin o ya transigiendo sin poner a raya los medios, hace difícil que pueda reconducirse el desvarío. La mitológica caja de Pandora, con la que Zeus quiso vengarse de Prometeo por haber robado el fuego de los dioses y dárselo a los humanos, contenía todos los males del mundo y, por eso, abrirla era una perdición. No es cuestión de asociar la violencia callejera al argumento de los mitos, pero si se abre un portillo al desatino dado es que se franquee, o se haga caer, la puerta de los despropósitos.

Los antiguos filósofos, que se hacen clásicos por la vigencia intemporal de su sabiduría, se preguntaban si el hombre es, naturalmente, animal civil, ante la evidencia de que muchos hombres no viven civilmente. Pues bien, el discernimiento de tan ilustradas entendederas dictamina que la ciudad no es obra de natura, ni tan poco el hombre es naturalmente civil, ya que, si así fuese, todos los hombre vivirían civilmente y bien se advierte lo contrario. Tal formulación puede parecer obvia, pero lo es una vez expuesta y no poco raciocinio debe emplearse antes para advertirla. Como para esta otra lúcida explicación: natural es que el fuego caliente, o queme o suba arriba, como que la piedra caiga después de ser lanzada; y por muchas veces que el fuego prenda o la piedra se arroje, el resultado natural será el mismo. Sin embargo, siendo natural la inclinación de los hombres a vivir ciudadanamente, bastantes se apartan de esta predisposición, más por razones de voluntad que de necesidad.

No podían o se apartaban de la vida ciudadana los sumidos en una gran pobreza, que habían de morar en los montes y procurarse exiguo sustento, o los llamados por una vocación divinal, apartados voluntariamente del mundo. Pero dejaban y dejan de ser "animales civiles" los hombres de gran maldad, que no quieren vivir según ley, desean el enfrentamiento y andan por dónde quieren sin respetar el concierto civil de la ciudadanía. Los maldijo Homero, milenios atrás, y hogaño encuentran tanto el rechazo ciudadano como, también, la disculpa de los disimulados cómplices de la maldad.

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