República de las Letras

Antonio Belmonte, in memoriam

Murió el pasado día 5. Su entierro se llevó a cabo en la más estricta intimidad familiar

Hombre inquieto, emprendedor -aunque no siempre le acompañase la suerte-, muy activo, vivió mucho e intensamente. Y, sobre todo, de principio a fin, sus casi 95 años los vivió como quiso. Nacido y criado en el Barrio Alto, de familia de pescadores, a los 11 años la Revolución de Octubre de 1934 lo sacó de la escuela (Colegio la Salle gratuito, para niños pobres, en Rambla de Belén, que fue incendiado). Ya no volvería a estudiar. Comenzó a trabajar vendiendo plátanos por la calle con un carrito de mano y, cuando sus amiguitos jugaban con cometas, él las fabricaba y se las vendía. Dotado para las matemáticas, buen calígrafo -su elegante letra, sus números nada convencionales llamaban la atención-, con una inteligencia natural y una habilidad para el trabajo manual excepcionales -por ejemplo, para la papiroflexia-, siempre sintió admiración por las personas instruidas y por los artistas. Por eso nunca dejó de comprar libros para sus hijos -y para mí, también mi primera guitarra-. Desempeñó en su juventud mil oficios, siempre por cuenta propia -por ejemplo, abrió el Bar La Oficina en calle Granada-. Cayó y se levantó muchas veces por sí mismo, y no pocas se quedó "sin un duro", decía, para empezar de nuevo -y con cinco hijos-. Tuvo un puesto de verduras en la Plaza del Mercado, fue asentador de frutas con su hermano Mariano, se dedicó al transporte por carretera -agencia Casa del Transportista- y, en Roquetas, al comienzo de los invernaderos, fundó una alhóndiga y se dedicó a la exportación. Finalmente, en 1968 creó la empresa de camiones Sebastián-Belmonte S.A., dedicándose al transporte de la pasta de papel que fabricaba Celulosa y a la exportación internacional con los primeros grandes almacenes que se fueron construyendo en el Poniente almeriense. Hijo y nieto de socialistas, participó muy activamente en la política durante la Transición, llegando a ser secretario provincial de administración del PSOE de Almería. Pero nunca aspiró a ningún cargo público. Sólo en su jubilación le hubiera gustado terminar su vida política como Presidente Provincial aunque hubiese sido por unos meses. No se lo permitieron: según dijeron, "no estaba preparado". Gran amigo de sus amigos, buen gourmet, todos sus defectos, que fueron muchos, eran compensados por la mejor de sus cualidades: su extrema generosidad, que no conocía límites. Hasta siempre, papá. Descansa en paz.

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