En el silencio de la casa sonó la voz desgarradora de aquella mujer tirada sobre el suelo de la barcaza: "mi hijo, mi hijo", gritando con voz convulsa. Distraída, pensó que se trataba de una película, y siguió con su ritmo habitual al volver a casa: quitarse la ropa, ponerse un pijama y unos calcetines cómodos para andar sobre el parquet, y asomarse a la cocina a ver que había cocinado para ella Marta. Se sorprendió al verla, echa un mar de lágrimas con la cabeza oculta entre sus manos. Le preguntó si se encontraba bien, y Marta le contestó asistiendo con la cabeza. Supuso que tendría mal de amores, era una chica muy joven, solía ocurrir con frecuencia que a esas edades las flechas de cupido errasen el blanco, e hiriesen a los jóvenes. Así es que decidió abrir el horno e investigar por su cuenta qué había cocinado Marta para ella. Se sorprendió gratamente al contemplar su plato favorito: lasaña de verduras, era una receta deliciosa que Marta cocinaba como los ángeles, aunque no era una novedad, siempre lo hacía con la misma sensibilidad culinaria, tenía una sabiduría ancestral para mezclar especias, hacer la carne en su punto, o un guiso bien trabado. Sabía que había tenido mucha suerte cuando la encontró, aunque no fue hasta pasado un tiempo que no estuvo convencida de su acierto. Su amigo Juan trabajaba en una ONG y le había pedido que la contratara, su estancia ilegal en el país la abocaba a una expulsión segura y no se lo podía permitir, su familia se había endeudado hasta las cejas para pagarle el viaje hasta Europa. En realidad no se llamaba Marta, sino Malika, pero le parecía más bonito el primero, así que desde que entró a su casa, le cambió su nombre musulmán por el cristiano, sin embargo viéndola con su chilaba y su velo, el nombre de Marta le parecía como "un santo con un par de pistolas", pensó parafraseando a su abuela cuando la veía vestida con dos prendas que, a su parecer, no conjuntaban. Así que, la dejó llorando en soledad, y cogió su bandeja para comer en el salón. Le gustaba arrellanarse en el sofá con las piernas dobladas, la bandeja sobre la mesilla, y comer escuchando las noticias. No conocía la edad de Marta, ni nada de su vida, todo en ella era difícil de adivinar: llevaba tapados el cuerpo y la cabeza, hablaba poco y contestaba con monosílabos, de todos modos ella siempre venía tan cansada de su trabajo, que apenas comía, caía en los brazos de Morfeo. Habitualmente cuando despertaba, ella se había ido dejando la cocina y la casa como un jaspe. Escuchó el teléfono y lo dejó sonar, no tenía ganas de hablar, pero ante la insistencia descolgó, la voz desgarrada de Juan le heló la sangre: es la madre de Malika quien grita tirada en esa barcaza, perdida en el mar, son su madre y su hermano que venían a reunirse con ella, gracias al dinero que había podido reunir por cuidarte todo este tiempo. El apetito de Neptuno es insaciable!

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