Saturados y agotados, tras más de un año de pandemia y restricciones, y con la ventana que las vacunas han abierto de par en par, los conceptos y percepciones de los ciudadanos en este julio caluroso poco o nada tienen que ver con los de hace un año. Tanto es así que la espita la acaba de abrir el ministro de Sanidad del Reino Unido. Sajid Javid indicó el domingo pasado que el Gobierno conservador se propone levantar las últimas restricciones vigentes por la covid, al advertir de que el país debe "aprender a convivir" con la enfermedad.
Un cambio radical que ya se percibe en nuestra Europa, alentados por el importante número de inmunizados, el descenso de la presión en los hospitales, las ganas de soltar amarras, cerrar un año aciago y vivir. Vivir con los riesgos, más o menos controlados, pero vivir al fin y al cabo.
La situación, pese a la amenaza latente de una nueva ola, ha cambiado de forma radical. Las muertes se reducen en la misma medida en la que los inmunizados crecen. Los hospitales mantienen un nivel de ocupación soportable y los ingresos, que siguen produciéndose, están más controlados.
Son los jóvenes, aquellos que desde el principio se sintieron invencibles, los que han dado paso a una nueva ola de contagios que, aunque controlada por ahora, desconocemos hasta donde nos va a llevar. Quiénes respetaron a regañadientes las restricciones durante los días más duros de la pandemia son los que ahora han roto cualquier armisticio y se han lanzado, como posesos, a vivir como si no hubiera un mañana.
Las fiestas multitudinarias de Mallorca, los macrobotellones consentidos en aras a recuperar la economía, se han convertido en argumentario perfecto para dar alas a quienes desde el inicio de esta tortura han abogado por política de puertas abiertas, al más puro estilo Bolsonaro o Trump cuando gobernaba Estados Unidos, en la creencia de que el control del virus debemos tenerlo en nuestras manos. Nunca en aquellos que, se supone, tienen más conocimientos y experiencia que nosotros.
Tan es así que no se entiende, y vuelvo a Almería, como se permitió en Tíjola una fiesta de fin de curso (no valoro cómo se produjo y quiénes lo aceptaron) que ha disparado la tasa de contagios en la provincia a niveles preocupantes. No les extrañe, por tanto, que pese a que el virus sigue ahí, amenazante, en las próximas semanas aquellos que tienen interés en el consumo, en la mejora de la economía y otras zarandajas, por encima de la salud, nos bombardeen con nuevos argumentarios en los que la COVID-19 pase de ser una pandemia, que en este provincia ha provocado mil muertos, a convertirse poco menos que en una gripe, soportable, sin más trascendencia. No se fíen. El riesgo es extremo. Sean responsables. No olviden tomar todas las medidas de prevención.
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