A la luz del día

Antonio Montero Alcaide

Escritor

Árbol de Navidad

En las tradiciones rige un aprendido hábito que es producto de la costumbre sucedida entre generaciones

En las tradiciones parece regir un aprendido hábito que es producto de la costumbre. Unas maneras, destrezas o habilidades que, si no pasan de una generación a otra, aprendidas por el ver y el hacer, con las precisas lecciones de sus valedores, se convierten en testimonio del tiempo pasado, en vestigios de lo que, con el tiempo venidero, si acaso solo quedara en el recuerdo. No parece que sea así con montar el árbol de Navidad, costumbre también propiciada por el reclamo comercial en las fechas señaladas. Y al regusto de una costumbre añosa también le asisten elaboradas fórmulas matemáticas para que la decoración del árbol sea armónica y perfecta. Unos estudiantes ingleses, a los que debe gustar bastante decorar el árbol de Navidad, han dado con una fórmula para que esa tarea quede resuelta del mejor modo. En función de la altura del árbol, puede determinarse el número exacto de bolas, luces y espumillón con que adornarlo. Así, un árbol con buen porte, de 180 centímetros, debería tener, con precisión matemática, 37 bolas, 565 centímetros de luces navideñas y 919 centímetros de espumillón. Y un detalle más, el tamaño de la estrella que corona el árbol debe calcularse dividiendo la altura del mismo, en centímetros, entre diez. Este fin de semana que es pórtico festivo de la Navidad, en muchos hogares se saca de los armarios o altillos el árbol, sintético pero bien dispuesto, y las cajas, gastadas por el tiempo pero siempre útiles por el cuidado con que se guardan, donde duermen las bolas, el espumillón o las luces, de un año a otro. Por eso abrirlas es una celebración del tiempo pasado, que tiende a la infancia no porque cualquier tiempo pasado fuera mejor, sino distinto. Los pueblos de origen celta, en el norte y el centro de Europa, solían representar a sus dioses y adorarlos en torno a los árboles. En la mitología nórdica, un árbol simboliza el mundo, donde se reúnen los reinos de los dioses, de los hombres y de las demás criaturas en una abigarrada concentración para la que no sirve una precisión matemática. Por la evangelización, la adoración a Odín con un árbol dio asimismo para representar a Dios, en este caso con un pino decorado con las manzanas del primer pecado y las velas que simbolizan la luz de Jesús de Nazaret. Si bien, el árbol de Navidad mayormente resulte ahora un elemento decorativo, una convención social, incluso ayudada por una fórmula matemática.

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