Hemos escuchado recientemente en la peña El Taranto a dos cantaores veteranos. Vamos, hablando claro, mayores de setenta años: Antonio de Patrocinio y Tina Pavón. Ambos conservan una excelente condición física, esto es, que la voz y el fuelle los tienen en perfecto estado de revista. Los dos conocen a la perfección su oficio, dominan un amplio repertorio y saben expresarlo con solvencia. Y sin embargo…como en todo oficio artístico, una cosa es el oficio y otra cosa es el arte. Y no siempre van juntos. Para nosotros, Patrocinio es un cantaor de lo que, insistimos, conocen todos los cantes, los ejecutan correctamente y saben cómo entusiasmar al público. Lo que encontramos en falta es, perdónesenos los tópicos, el pellizco del duende furioso de los cantaores "dionisíacos" tipo Chocolate, Camarón, Caracol, Terremoto…o el cosquilleo que penetra poco a poco hasta encenderte, de los flamencos como Mairena, Tomás Pavón o Vallejo.

Hay cantaores que no nos emocionan a pesar de la perfección formal con que ejecutan los cantes. Nos parecen rutinarios, meros imitadores de un patrón que muchos creen que está perfectamente establecido y es inmutable. Esos públicos que los adoran se sienten gratificados cuando identifican una ejecución que se ajusta a lo que tienen grabado como ortodoxo. Pero hay que plantearse qué es o qué entendemos por ortodoxia. Si se entiende como fotocopia de lo que cantaron los considerados maestros, sean Chacón, Mairena o La Niña de los Peines, estaríamos ante un arte que habría dejado de serlo al renunciar a la creación. Estaríamos ante un "museo inmaterial" y no ante un arte, porque si algo caracteriza a un artista es la creatividad, la personalidad y, en los casos más punteros, la originalidad. Está bien que se valore el oficio, la entrega al trabajo y la honradez. Pero un artista tiene que ser algo más que un obrero profesional y honrado. Un artista tiene que ser emocionante, que es para lo que sirve el arte desde que se inventaron las pinturas rupestres.

El recital de Tina Pavón del pasado viernes nos ha proporcionado, además del placer de los cantes mecidos con infinito gusto, la posibilidad de plantearnos esta disyuntiva entre las formas de entender el flamenco y por qué a cada quisque le llegan más unos cantaores que otros y unos cantes más que otros. Lo mejor es que el flamenco sigue vivo, está en una evidente crisis de crecimiento, con múltiples formas de entenderlo y con públicos que le llegan de todo el mundo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios