Asamblea

El diálogo político parte del oído y no de la garganta; de oír antes que hablar; de dudar antes que aseverar

Esa palabra es la que menos se pronuncia en nuestra democracia, siendo como es de vital importancia. Los partidos políticos no la utilizan mucho, ni consta como aspiración real en sus procedimientos internos. Aunque esta semana pasada he visto a uno usarla para alumbrar una propuesta de futuro. Esperemos que la propuesta termine precisamente en eso: en una asamblea de todos, para todos y desde todos. Una asamblea de unos para otros no es una idea demasiado exquisita. De todas formas, en nuestro país, no es una palabra de mucha mención ni por las organizaciones políticas ni por las que no lo son. No tenemos una cultura asamblearia. Ni siquiera tenemos cultura política donde pueda soportarse. Pero es necesario comenzar a hablar de la importancia de la asamblea. Consta su existencia desde el antiguo Egipto aunque fue en la Ekklesia ateniense donde se hizo relevante. Desde ahí la historia está llena de ejemplos de su uso. A mí me gusta especialmente su vinculación al movimiento obrero. Sin la asamblea las mejoras sociales y laborales no hubieran podido celebrase. Y por ello me cuesta concebir que una asamblea no piense en este colectivo. Nunca me cansaré de decir que lo que de verdad le importa a la ciudadanía es el trabajo y la vivienda y que lo demás es algo secundario o terciario. De concebirse la posibilidad de un auténtico procedimiento asambleario en este país esas dos áreas deberían ser las prioritarias pues son las que el pueblo soberano exige urgentemente desde hace años. Una asamblea nacional que no trate estos temas en primer lugar seria una farsa y un ardid para exhibir fuerzas políticas. Hay miles de personas que viven con sueldos precarios y que no tienen acceso a una vivienda digna. Siendo como son derechos fundamentales de la carta magna hablar de asamblea en una democracia y no vincularla a los sentimientos más visibles del pueblo resultaría muy cruel. Hay que oír lo que los demás tienen que decir y hay que darle el beneficio de la duda a todo el mundo. Partir desde la buena fe, sin más, y con el credo de la verdad absoluta no son ni serán vías de conocimiento para abarcar un movimiento asambleario real. El verdadero diálogo político parte del oído y no de la garganta; de oír antes que hablar; de escuchar antes que valorar; de dudar antes que aseverar; o incluso esperar antes que olvidar. El pueblo debe ser escuchado de forma literal.

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