Pensaba despacito, rumiando los recuerdos, como si degustase un delicado manjar. Pensaba que la vida estaba hecha de encuentros, ausencias y finalmente de pérdidas. Con el tiempo se fue dando cuenta de que estas últimas empezaban a ganar por goleada. De pequeña, al comenzar el curso conocía nuevos amigos, y en el verano los renovaba por otros. Así fue toda su vida, desde su más tierna infancia y hasta donde la memoria le llegaba, entablando con ellos una relación más o menos sólida, según el carácter, los gustos, y demás coincidencias con cada uno de ellos. Sin embargo, echando la vista atrás, se daba cuenta de que en cada etapa de su vida había conocido a alguien especial, alguien que le marcó para siempre, una persona sin la cual ella no habría sido la misma que hoy, sentada en aquella terraza frente al parque, observaba jugar a los niños, con unos ojos de un azul indescifrable. Esos ojos que según la luz, podían ser de un azul verdoso, o de un gris azulado, pero que aún no habían perdido el brillo que los hacia tan hermosos. Pensó en sus amigos, aquellos que tuvo en su infancia, en su juventud, en los que tenía ahora en su madurez, y siempre había alguno que parecía haber salido de algún lugar mágico, que había aparecido en su vida como un ser mitológico. Personas que a pesar del tiempo transcurrido marcaron su vida a sangre y fuego, permaneciendo en su memoria y en su piel como si hubiese sido ayer. Cerró un momento los ojos, el sol le daba de plano en ellos, y por un instante le cegó. Se acordó de tantos momentos vividos en aquel mismo lugar, cuando de niña veraneaba con su familia. Como una película de imágenes desvaídas y gastadas, se vio corriendo al pilla pilla, a la comba, o al elástico, ¡cuantas emociones!. Con el tiempo dejó de frecuentar los mismos lugares, cambió de ciudad, acabó sus estudios, y las personas que le habían ido conformando, se fueron diluyendo en la niebla de la memoria, dejando un poso triste en su corazón. Hoy especialmente la invadía la tristeza, hoy le echaba mucho de menos. No podía explicar cómo llegó a su vida, apenas coincidían en nada, o al menos eso creía ella, sin embargo él, se metió entre los intersticios de su alma sin que pudiese advertirlo. Ahora era cuando tenía plena conciencia de que la vida se le había llenado de ausencias, cuando sus días comenzaban y acababan sin sus excentricidades, sin sus muestras de afecto, sin su crítica mordaz, sin su discurso inteligente y retador. Abrió el bolso, sacó su teléfono y lo desbloqueó, allí estaba: fotografías alegres, mensajes provocadores, cantos de tenor en ciernes, inocencia de niño grande, deseos de recuperar una infancia que nunca tuvo, amigo de sus amigos, y feroz enemigo. Te añoro amigo mío, se dijo entre dientes, mientras daba un sorbo al vermut de las doce.

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