Comunicación (im)pertinente

Francisco García Marcos

Australia

Para mí no ha sido una sorpresa. Como todo aficionado al rugby, siempre me habían impresionado los jugadores del Cono Sur. Australia, Nueva Zelanda, Suráfrica, ahora también Argentina, jueguan a otra cosa. No sabía mucho más hasta que entré en contacto serio con Australia por motivos profesionales. A finales de los 80 conocí la excepcionalidad de su política lingüística. A esa isla han llegado continuas oleadas de foráneos durante siglos. Esa infatigable diversidad no les impidió atender institucionalmente todas sus lenguas inmigradas y nativas. Las incluyeron, para empezar, en su sistema escolar con un dinamismo excelente. Para continuar, las animaron a tener indudable relevancia social, tanto en los medios de comunicación como en la propia administración. Nada de ello, por lo demás, supuso tener que renunciar al inglés como vehículo de intercomunicación entre todos sus ciudadanos.

Entre otras cosas, ese talante y esa actuación constituían un mandato constitucional. La Carta Magna australiana ya se había encargado de considerar explícitamente que la diversidad étnica y cultural constituía el rasgo definidor de la identidad del país. Casi nada. En ningún otro sitio del mundo se han alcanzado todavía cotas equiparables de ese extraordinario equilibrio y respeto hacia la diversidad. Tanto que en 2008 Kevin Rudd, su presidente, no vaciló en pedir públicamente perdón por el sufrimiento infringido a la Generación Perdida, los pequeños aborígenes secuestrados de sus familias entre 1869 y 1976. El gesto estaba a la altura de Billy Brandt arrodillado en Varsovia.

Digo todo esto porque es imprescindible contextualizar las cosas para entenderlas, explicar con claridad qué país ha expulsado a Novak Djokovic. Evidentemente, no es lo mismo que deporte una republica bananera, o una dictadura fascista, a que lo haga un referente de civilidad y tolerancia. Djokovic ha salido de Australia por saltarse las normas, por irrespetuoso e insolidario, por fraudulento e insolente. Al ministro Alex Hawke, al estado australiano, no les ha temblado la mano. Han mantenido firme la convicción de que la igualdad es innegociable, de que cualquier ciudadano ha de respetar la ley, también los deportistas de éxito. Los ampara la legitimidad moral de profesar una democracia ejemplar, capaz de corregir sus errores y de pedir humildemente perdón por ello. Nada que reprochar, todo que aprender de Australia.

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