Autocensura

Cuando la autocensura es acomodadiza o adaptativa, quien la adopta cambia la coherencia por el interés

Sin saber bien con qué intenciones, aunque presumo que no aviesas, un colega suele recordarme que "quien escribe se proscribe". Acaso como sentencia que, en resumidas cuentas y sin entrar en reflexiones sobre las oligarquías políticas hegemónicas, viene a decir que para nada conviene señalarse. Vamos, no meterse en política, como decía hacer y aconsejaba quien todavía tiene sus restos custodiados en El Escorial. Claro que esta proscripción es más severa, más consistente, que la debida al pensamiento débil de Twitter; aunque los efectos de las campañas en las redes sociales puedan ser devastadores.

El caso es que, estando pendientes nombramientos políticos que se quieren consensuados pero acaban siendo partidarios, los candidatos "in pectore", por develación inoportuna o interesada, se aprestan frenéticamente a borrar los mensajes publicados en sus perfiles en las redes, con una práctica de autocensura que resulta llamativa.

A ver, si el candidato con expectativas decide que ha de borrar sus manifestaciones, pensamientos o ideas -si es que estas caben… en los caracteres-, llegado el momento de ostentar -no confundir con detentar aunque puedan aproximarse ambas maneras de ejercicio- un cargo, son posibles dos situaciones. Una, se ve que no procedente, la de mantener lo escrito en una muestra de deseable coherencia. Esto es, no retractarse -al borrar- de lo que se hizo público y si el puesto ofrecido pone difícil ser consecuente pues tener la disposición de renunciar al mismo. Salvo que se entienda, con cierta egolatría, que hay que transformar las cosas desde dentro y esa es la razón de ser elegido. Mas la otra posibilidad, la de una autocensura precipitada, acomodadiza y adaptativa, es propia de la hipocresía o del valerse de una gama de principios o ideas intercambiables, al modo marxista -léase Groucho Marx-, para no hacer ascos a los dulces, y sustanciosos, sabores de las prebendas.

Malherido Don Quijote por sus hidalgas desventuras, vuelve a su morada y el ama y su sobrina no tardan en pedir al barbero y al cura que quemen los libros de la biblioteca porque entienden que han hecho perder el juicio a don Alonso Quijano. Cervantes compone entonces una ingeniosa crítica a la libertad de expresión ante los desvelos del Tribunal del Santo Oficio. Pero esta autocensura es más mezquina por falta de nobleza.

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