Ave, ande, ande…

Un debate que requiere habilitar estudios serios y argumentos combativos contra la desigualdad

Revisando el habitual aluvión de crónicas sobre la reivindicación del Ave, promovida este año por la Cámara de Comercio, me asalta la duda de siempre sobre la naturaleza de nuestra ingenuidad colectiva que lleva décadas recitándole a los sucesivos gobiernos nacionales la necesidad de inversiones en infraestructuras tan costosas que acaso no estén al alcance de los recursos económicos del país.

Lo que no es raro en culturas providencialistas que creen que basta con rogarle a un buen santo, para lograr lo imposible (ay, santa Rita, ¡qué no sabrás tú de eso!). Aunque se trata de una apelación al santoral, (por llamarlo así), que tampoco carece de sentido visto el despilfarro inversor, racionalmente inexplicable, desplegado por no se sabe qué plegarias politizadas, invirtiéndose miles y miles de millones en obras públicas inoperantes, desde aeropuertos sin aviones y autovías sin coches a Aves sin pasajeros, etc., que evidencian que los análisis sobre rentabilidad, cuando no interesó, no primaron. Aunque entre tanto, el Ave almeriense no recibía más empuje que el propiciado por el paisano Jesús Miranda, cuando tuvo competencia, arrestos y visión política para ejecutar la partida estructural más costosa: los túneles. Y ahí quedó la cosa, paralizada por la falta de influencia política y de rentabilidad económica del Ave, dado el alejamiento provincial y la escasa clientela.

Tesis por lo demás bien exprimida por insignes académicos (Germá Bel, por ejemplo) para desacreditar inversiones dudosas como la almeriense mientras propone alternativas provechosas en zonas desarrolladas (en Cataluña, ¡claro!). Una línea argumental que nos debía alertar sobre la feroz insolidaridad interterritorial a la hora de priorizar, entre intereses poco diáfanos, los criterios de la sacrosanta rentabilidad voraz, en vez de apelar a la cohesión territorial, la potenciación de efectos sociales desarrollistas o la proyección competitiva de las exportaciones, en las que somos líderes. Un debate que requiere habilitar estudios serios y argumentos combativos contra la desigualdad, yendo más allá de las meras manifestaciones rogatorias más o menos concurridas para poder batallar en los mentideros políticos con razones de peso. Porque en otro caso, la ebullición popular de cada año se parece cada vez más a las cantinelas propias del villancico: "Ave ande, ande, la marimorena…", y hasta el año que viene.

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