Parece que, entre las contraprestaciones preferidas por VOX para cobrar su apoyo en la conformación de gobiernos, se encuentran aquellas cuyo pago supone, cuando menos, arrinconar opciones de vida íntima y modelos de familia y, un nuevo ejemplo de ello, acaban de dárnoslo pidiendo al gobierno municipal de Madrid, entre otras cosas, que los "trapos" arcoíris no ondeen, en momento alguno, en los edificios oficiales. Y esto, que no será, ni mucho menos, el último episodio de la lucha de este partido por extender la idea que no somos una sola sociedad sino distintas sociedades de las que solo una, concretamente la que vive y siente como sus líderes nos dicen que hay que vivir y sentir, puede ser origen y destino de las bondades de este mundo, ni el último acto de su batalla por reabrir debates que quedaron cerrados bajo la llave de los Derechos Humanos, me ha recordado un momento tan prescindible como necesario, tan desafiante como soberbio: El recibimiento que lslandia le hizo al vicepresidente de EE.UU, Mike Pence, en su reciente viaje oficial a la isla. Y es que Islandia es un país históricamente muy sensible respecto de los derechos del colectivo LGTBI y un abanderado, en cuanto a la dimensión personal del individuo se refiere, del deber de todo gobierno de procurar a sus ciudadanos bienestar y protección; Así, en su haber tiene una temprana despenalización de la homosexualidad, ser el noveno país del mundo en legalizar los matrimonios entre personas del mismo sexo, poseer una de las legislaciones mas avanzadas en relación con la identificación y cambio de género y contar con el normalizador hito de ser el primer país en tener una líder homosexual, su ex Primera Ministra Jóhanna Sigurdardóttir. Y Mike Pence es un político ultraconservador, abiertamente homófobo, contrario a todo cuanto suponga reconocer derechos al colectivo LGTBI y firme activista para la expulsión de los homosexuales del ejército norteamericano. (Célebre es la advertencia de Trump a la prensa sobre Pence y su opinión sobre ese colectivo: "No le preguntéis, él los quiere ahorcar a todos"). Y, con estos mimbres, Pence bajó del avión y se encontró con que los islandeses habían decidido recibirle celebrando esa diversidad que él odia; Así, sedes de empresas y de sindicatos, y los alrededores de edificios públicos, amanecieron con banderas arcoiris destinadas a engalanar el recorrido de Pence hasta el lugar donde el Presidente islandés, G. Jóhannesson, al igual que hizo en su encuentro con Putin, le esperaba luciendo, orgulloso, otro emblema arcoiris. Todo un alarde de genes vikingos. Todo un ejemplo de rechazo a quien no acepta que son las personas las que hacen a los gobiernos, no los gobiernos los que hacen a las personas. Todo una muestra de compromiso con la vida y el derecho a vivirla libremente y con dignidad.

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