El psicólogo de guardia, como las aves precursoras de primavera de La violetera, aparece en cada cambio estacional para advertirnos de los peligros que conllevan para el ánimo y darnos recetas para afrontarlos. A diferencia de las aves de la canción es precursor no sólo de primavera, sino de verano, otoño e invierno. Y tiene un concepto liberal de los problemas y las soluciones. Lo mismo dice en julio que las vacaciones rompen las familias porque la estrecha convivencia hace aflorar las crisis, que afirma en septiembre que el retorno a la rutina rompe las familias porque el final del ensueño de las vacaciones las devuelve a la cruda realidad de que no se soportan. Ahora le oigo afirmar que los padres no deben quejarse del final de las vacaciones y la vuelta al trabajo porque dan mal ejemplo a los niños que afrontan con la lógica reticencia el inicio de curso.
Vamos a ver: salvo para los gustavines (por el Gustavín de Matilde, Perico y Periquín de la Ser) y los pitagorines (por el Pitagorín del Pulgarcito) -a que se me notan los años- el fin de las vacaciones y la vuelta al cole son un marrón por mucho que los padres peguen saltos de alegría y den hurras porque se les han acabado las vacaciones y se han reincorporado a sus trabajos o por mucho que les canten las excelencias de aprender y reencontrarse con sus compañeros. Se cuenta que para dar ánimos a un obispo agonizante le dijeron: "Alégrese, su Eminencia, que pronto estará en la casa del Padre". A lo que el pobre hombre contestó: "Sí, sí… pero como en la de uno…". Con el cole sucede algo parecido. Es maravilloso, además de necesario, aprender y es divertido reencontrarse con los compañeros. A los pocos días, incluso a las pocas horas, ya ha encajado todo y la vida sigue su curso. Pero como en la casa de uno, con todo el tiempo para jugar... Ya saben: Huizinga, el homo ludens y todo eso.
No es natural que un niño prefiera estudiar a jugar, someterse a horarios rígidos a disponer de su tiempo, esperar aún de noche el autobús escolar para meterse en el tráfico de un laborable invernal de cristales empañados y vapores enrojecidos por las luces de los frenos saliendo por los tubos de escape a vivir al aire libre con la menor ropa posible, es decir, el colegio a las vacaciones. ¿O no recuerda usted las pocas ganas con las que volvía al colegio después de las vacaciones? Pues eso, no me vendan la burra.
Comentar
0 Comentarios
Más comentarios