¿Y qué soy yo?

Si se hace caso de esas notas que definen "la españolidad" en ese cuasi programa, deberían retirarme el pasaporte

Recuerdo que El Mundo de Sofía, aquel libro que alcanzó tan gran difusión hace unos años, empezaba con una nota en la que estaba escrita una pregunta que le llegó a resultar inquietante a la niña: "¿Quién eres tú?". Fue el arranque de una larga reflexión filosófica. A mí me está asaltando una duda semejante, aunque la pregunta no proviene de una nota críptica, sino de una especie de programa electoral. Se trata de una propuesta en la que se expresa de alguna manera cuál es la quintaesencia del "ser español". En un lenguaje escolástico la esencia es aquello que hace que una cosa sea lo que es, y no otra cosa. Y aquí encuentro una situación curiosa, más bien contradictoria. Mi pasaporte es español, por tanto yo soy español. Pero si he de hacer caso de las notas características que definen la "españolidad" en ese cuasi programa, tal vez deberían retirarme el pasaporte. A lo mejor tengo que solicitar el estatuto de apátrida. Hago revisión. Uno: Vivo en contacto con la naturaleza, en pleno campo y disfruto viendo tantos animales libres como me rodean. No me gusta verlos muertos: desde los pájaros hasta los zorros pasando, cómo no, por las perdices y los conejos. Sencillamente, no me gusta la caza. Dos: He ido contadas veces a ver una corrida de toros, pero no piso una plaza desde hace más de treinta años. Conclusión: no me gustan los toros. ¿Y qué decir de las procesiones en general, y de las de Semana Santa en particular? Sí, lo reconozco, siendo niño participé en algunos de esos desfiles. Pero alcanzada cierta madurez (por lo menos en edad) veo que se trata de unas exhibiciones de masculinidad (esas "levantás" acompañadas de un sonoro golpe sobre los sacrificados hombros de los portadores seguidas por nutridos aplausos de la concurrencia), o de mostrar elegantes mantillas tras unos pasos cuajados de dolor y sufrimiento, terminando por las luces y las joyas en las imágenes de las vírgenes por cuyo rostro resbala una perla en forma de lágrima. Es todo un espectáculo, pero no veo mucho más detrás. Y no me gusta ese espectáculo, y no comparto lo que pueda haber por detrás. Por tanto, si tales son las señas de identidad de los andaluces y de los españoles, entonces yo no debo serlo. Pero vamos a dejarnos de historias. No me considero apátrida, quizá porque me gusta la paella. Así que, por el "modus tollens" concluyo que aquella caracterización es una vacua pretensión.

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