No

Decir que no tiene inevitables resonancias heroicas. Decir que sí, en cambio, es claudicar, traicionarse

Decir que no -como hizo Pedro Sánchez con su famoso lema "No es no"- tiene un prestigio indudable, sobre todo en política. Ese "no" tiene inevitables resonancias heroicas. Nos da fama de rebeldes, de insobornables, de refractarios a toda injusticia y a toda autoridad despótica. Decir que no nos hace pasar por personas honestas que saben resistir los cantos de sirena de la corrupción y del pasteleo político. Y sobre todo, nos hace pasar por rebeldes que saben oponerse a la maquinaria diabólica del poder. "No, conmigo no cuente", dice el héroe intachable. "Pero ¿es que no me oye? Pero si he dicho muy claro: no es no". Y de fondo se oyen los aplausos y los gritos enfervorizados de los seguidores.

El sí, en cambio, tiene mala prensa. Decir que sí es transigir con las imposiciones de los poderosos. Decir que sí es tragarse las caducas convenciones del moralismo burgués. Decir que sí, en fin, es claudicar, traicionarse, venderse al mejor postor (o incluso al peor). El sí, por lo tanto, es una muestra de debilidad, de cobardía, de afrentosa aceptación de las reglas de juego que premian a los canallas y que maltratan a los pobres y a los honrados. Y si alguien dice -o incluso insinúa- que va a decir que sí, enseguida se oyen de fondo los aullidos de rabia y las burlas hirientes de desprecio de las multitudes indignadas.

Pero ¿y si las cosas no fueran así? O mejor dicho, ¿y si las cosas fueran bastante distintas? Porque decir que no puede ser un grito rebelde, sin duda, pero también puede ser el bufido de hastío de los adolescentes enfurruñados que se niegan a enfrentarse con las verdades adultas de la vida. Y decir que sí, en cambio, puede ser una claudicación detestable, pero también puede ser una demostración de poseer una visión madura de la existencia. Si a un niño le preguntan: "¿Has sido tú? ¿Eres tú quién has hecho esto?", lo más normal es que se cruce de brazos y repita mil veces mientras da patadas contra el suelo: "No, no, no, no". Por el contrario, decir que sí -"Sí, he sido yo"- presupone asumir la responsabilidad, aparte de sopesar los pros y los contras y tomar una decisión meditada. Dicho de otro modo, decir que sí significa comportarse como un adulto.

¿Entendemos ahora por qué nuestra infantiloide e histérica clase política sigue enrocada en su estúpido grito de guerra: el pueril, el mostrenco, el enfurruñado "No, no, no"?

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