Balas de plata

Las balas de plata son soluciones fáciles para remediar calamidades cuando solo hay balas de fogueo

Las leyendas, aunque no participen siempre de un conocimiento supersticioso, sí que se alimentan de la ficción o de los mitos y, por eso, resultan atractivas. Todavía más si anuncian una solución simple a situaciones endemoniadas. Sean propias de hombres lobos, brujas maléficas o cualquier otra manifestación del Diablo -con mayúscula todavía asusta más-. Una de estas últimas debe tomar forma de virus y, leyenda aparte, el bicho que reparte desgracias por el mundo necesita ser aniquilado sin mucha demora. Tarea nada a la mano porque, a falta de la eficacia de los tratamientos y vacunas, la disciplina de no pocos mortales tiende a la laxitud de la confianza cuando no a comportamientos descabezados. Por eso viene a propósito la metáfora de la bala de plata, tenida como munición que acaba con los seres -decir criaturas resultaría impropio- diabólicos.

Pues bien, la Organización Mundial de la Salud (OMS) -aunque los grandes organismos mundiales a veces resulten más aparatosos que ejecutivos- no ha ocultado su pesimismo para anunciar que será muy difícil hacerse con esa munición, una bala de plata, para rematar al coronavirus. Aunque a la vez se informe de avanzadas investigaciones y ensayos que pueden llevar, más pronto que tarde, a vacunas efectivas. Cuestión distinta será su costo, distribución y prioridades, pero disponer de remedio es bastante mejor que no contar con él.

Las razones por las que la OMS no abandera el optimismo -sin que deba confundirse con ingenuidad- acaso sean para que se refuercen los principios básicos de la salud pública y del control de las enfermedades, aunque una situación excepcional, como la pandemia, escape a las previsiones y prevenciones más o menos ordinarias. Sobre todo, si las conjunciones copulativas se hacen disyuntivas: de la "economía y salud" a la "economía o salud", cuando esa contradictoria entelequia de la nueva normalidad tenga que afrontar brotes y rebrotes en la antesala de una crisis insuperable. No hay balas de plata, dice la OMS, y nada sería mejor que hubiera de desdecirse pronto, aunque para ello acudiese a la socorrida excusa de que no se entendió, en su justa medida, lo que quería decirse tan metafóricamente. Mientras tanto, en esta infausta anormalidad, habrá que aceptar la "cultura del riesgo". No otra cosa que convivir con la posibilidad -mejor que la probabilidad- de que, aun sin laxitudes descabezadas, el virus nos toque y en la cartuchera solo haya balas de fogueo.

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