República de las Letras

Barco a la deriva

Navidad: Decrete usted el Estado de Alarma, que yo lo administro. Si surte efecto, yo lo hice bien. Si no, usted se equivocó

Apelar a la conciencia cívica, al espíritu de solidaridad, a la convivencia, a la responsabilidad social, en fin, a todo eso que se está apelando para luchar contra la pandemia, es un brindis al sol. En un país que no ha sabido educar a sus ciudadanos en civismo, que ha fracasado estrepitosamente en todas cuantas iniciativas ha habido por formar a los jóvenes para su mejor desenvolvimiento en la sociedad, es, no sólo una incongruencia, es una idiotez apelar a la responsabilidad social de la gente. Aquí no entendemos más que la ley del palo y la zanahoria. Multa, que es lo que más duele. O ganancia, beneficio, como es el caso. Y me explico.

La pandemia sigue y sigue, y aumenta y se extiende. La incompetencia de los gobernantes para atajarla es manifiesta. Lo he dicho aquí muchas veces: no quieren tomar medidas duras, drásticas, porque les puede costar votos. Todo político tiende a mantenerse lo máximo que pueda. Y estos que nos gobiernan, tanto en Andalucía como en Almería, no quieren irse. Así que, primando su ambición personal sobre el interés de la Salud Pública, prefieren que sean otros los que decidan esas medidas duras que la situación de la pandemia está exigiendo desde hace mucho tiempo. A lo que se le añade, cómo no, que se aproxima la campaña de Navidad. Decrete usted el Estado de Alarma, dicen, que yo lo administraré a mi manera. Si surte efecto, yo lo habré hecho bien. Si no, usted se equivocó. Y, así, los hosteleros, los comerciantes, los jugueteros, etc., nunca me podrán culpar a mí si la campaña va al traste, como parece que va a ir, y yo permaneceré en mis cargos mientras critico ferozmente, eso sí, al gobierno social-comunista. Tristemente, lector, no hay más. Y, mientras, enferman y mueren nuestros compatriotas -aunque en esto la idea de Patria que manejan algunos es más pomposa que real-. Para todo ello hay que transmitir alegría, esperanza, ansias de vivir. Hay que fomentar localmente los conciertos, los actos concurridos, los espectáculos. Con medidas, con mascarilla, eso sí, aunque se sepa que la multitud fomenta el coronavirus. Hay que emitir programas de viajes, de vida sana en el campo; anuncios, especialmente, de coches... Impondremos el toque de queda, aunque sólo sea una medida cosmética, para acallar las críticas, pues sabemos que el bicho no tiene horas. Y así, el barco va, navegando tristemente, a la deriva. ¿Lo pillas, lector?

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