Bares cerrados

Yo mientras como un vejestorio analógico llevo mi certificado impreso reducido en papel doblado en la cartera

Con la noche apagada arrastrando maletas a las siete y media de la mañana de un sábado de comienzo de invierno no especialmente frío la calle Pedro Antonio de Alarcón de Granada no es más desoladora que hace treinta años. Los locales son diferentes, proliferan kebaps y tiendas básicas abiertas a esa hora, rematan la noche de los tiempos los últimos jóvenes como en la noche de los tiempos de siempre. Se arremolinan frente a los últimos sitios abiertos donde se puede conseguir todavía una botella de licor. Una muchacha bien vestida está tirada (sentada en la acera tal cual) consultando un móvil, pasan los coches de los últimos juerguistas haciendo ruido muere la noche y todos los bares están cerrados, sólo un par de ellos, bares castizos y cosas de churros, de tempraneros de copa de coñac, de desayunos de fin de fiesta. Vomitan en las calles adyacentes, hay un rumor de mala noche hasta que llegue el día, barren y preparan los que abren a las ocho y media. El lunes el mundo ha cambiado. Hemos vuelto a sistemas kafkianos. Y es cierto, en un bar me piden el certificado covid con disciplina, escanean el código QR y transmiten los datos a la página de Sanidad para que sepan en todo momento quienes somos y donde estamos, demostrar que somos ciudadanos puros y sanos y dónde están los apestados. Recuerdo cuando se levantó la veda que hordas de insensatos empezaron a desayunar en grupo, sin mascarilla y vociferando porque lo más importante es desayunar socialmente. Necesito ya una app que reconozca el certificado covid a la entrada de un establecimiento y valide el paso y que grupos de ciudadanos concienciados y bendecidos por la administración sanitaria vayan en busca y captura de los no vacunados, previamente formados, aplicaciones como esa que te decía si había un contagiado cerca. Aplicaciones en red que detecten certificados covid en los móviles cercanos porque tienen activado su carnet de sanidad y por exclusión los que no lo están, monitorizados en una pantalla con puntos rojos móviles controlados por los policías sanitarios. Yo mientras como un vejestorio analógico llevo mi certificado impreso reducido en papel doblado en la cartera. Quedarán los bares informatizados con mesas de caoba para potentados que todavía se puedan pagar un café carísimo no obstante exclusivo. En los arrabales proliferarán tugurios que se niegan a pedir más que la cuenta, en calderilla.

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