Bares raros

Llegar es volver al refugio antiaéreo que es cada casa para olvidar durante tres días y para siempre la semana

Recalar varado en un bar sombrío en un viernes gris y descubrir todas las rarezas para mí solo. En cada mesa hay un disco, un disco como los de antes. El altavoz de una emisora imaginaria es un amplificador de guitarra Ibanez y la mesa de al lado no es una mesa hábil para tomar café, es más, no es una mesa, es un altar. Un altar donde se venera a Chavela Vargas con fotos y dos cactus. Por supuesto en una foto enciende un grandioso puro y está flanqueada por LPs de María Jiménez y Mecano. Tan kitsch como los poemas escritos con tiza en la pintura negra de las paredes y las flores de papel con la tapa de algún registro de instalaciones también pintada de negro con su frase correspondiente, la fórmula de química orgánica ignota, con sus oxígenos, nitrógenos, CHs y enlaces simples y dobles. El cuadro de Frida Kahlo y la colección, esta vez de LPs y singles de detrás de la barra de gustos eclécticos, Perales, Manolo Escobar, Isabel Pantoja, El Último de la fila, Louis Armstrong, Triana. El sparring de un café con leche manchada de la tarde levanta el mundo para el siguiente asalto y no no llueve ni hace viento pero siempre hay rumores de otoño imaginable en la bruma de los viernes. Se avecina otro puente de mentira, los sumos hacedores han madrugado para destruir las esperanzas de los que piensan aventurarse por las carreteras de misterio llenas de coches y noche oscura sin poder moverse, sin poder llegar a su destino. Y ya nadie llega porque nadie sale. Intentando construir todo lo que es imposible planean fines de semana que ya no existen. En las noticias se cerca a los ciudadanos cada vez más con manchas rojas en los mapas, manchas rojas cada vez más grandes con comunicados oficiales y telediarios donde siempre dicen lo mismo, mascarillas, número de casos, número de casos y mascarillas. Qué habrá en esa caja-maletín metálico de color verde máquina de escribir que posa cerrado en la barra del bar. No hay ningún cliente, han logrado por fin que se guarden las distancias con todo el mundo solo, ya tienen sus distancias y su higiene porque el bar está absolutamente limpio y vacío. El ángel de la nada viaja por las calles pero no en las carreteras donde miles de coches van a ninguna parte. Y deprisa siguen existiendo plazas de aparcamiento-milagro libres. Llegar es volver al refugio antiaéreo que es cada casa para olvidar durante tres días y para siempre la semana.

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