Bienvenida de nuevo

Para enseñar a pensar hay que rediseñar la prueba que da acceso a la universidad

Fue una despedida penosa hace unos cinco años. Dije un triste adiós a la filosofía porque aquella ley de extraño nombre, "Mejora de la calidad educativa", la tiraba por el despeñadero. Ni Ética para todos, ni Historia de la Filosofía para la gran mayoría. Pero ahora, no sé por qué, muchos de los que entonces votaron con entusiasmo aquella ley "suya", y haciendo acopio de una sabiduría sobrevenida, rectifican y aprueban por unanimidad que las dos, Ética e Historia de la Filosofía, vuelvan al sistema. Ante esta situación, lo mismo que la despedía con pena, ahora le doy la bienvenida con entusiasmo. Claro que habría que aprovechar esta bienvenida para intentar corregir algunas de las cosas que siempre he criticado en la situación de la Historia de la Filosofía. Comparto plenamente la justificación que se nos ofrecen para reimplantar las dos asignaturas: todos hablan de la promoción del espíritu crítico y del "enseñar a pensar". Pues dadas estas premisas me preguntaría (aunque ya me lo he contestado muchas veces) si la evaluación de la Historia de la Filosofía mediante las pruebas de acceso a la universidad es la más adecuada para conseguir aquellos objetivos. Mi respuesta es claramente negativa. Nunca me ha gustado la forma de aquellas preguntas. Sé que se planteaba de esa manera intentando potenciar la objetividad en la corrección de los exámenes; sé que se conseguía en cierta manera. También se apoyaban en la importancia que tenían los puntos para que los alumnos pudieran elegir de un modo más justo las carreras que pretendían cursar. Pero esta forma de proceder condenaba la enseñanza de la filosofía a conseguir un pequeño barniz cultural en el que se instruía a los alumnos. Muchas de las clases, me consta, no iban diseñadas para pensar, para promover el famoso espíritu crítico. Más bien eran un recetario de como contestar de forma tal que se obtuviera un alta puntuación. Se daba incluso el caso de que las clases de primero de bachillerato no eran más que una propedéutica para los exámenes de la prueba de acceso. Así, en contra del famoso eslogan, se enseñaba "algo" de filosofía; pero no se enseñaba a filosofar. La vuelta de la filosofía se justifica porque hay que enseñar a filosofar. Pues bien, para buscar aquel objetivo hay que rediseñar la prueba de tal forma que se pueda detectar esa maduración del pensamiento y no la respuesta catequética a las preguntas de las pruebas.

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