Boato y mugre

Las mesas amarillas solas saben que nadie vendrá a poseerlas, salvo los irredentos de la mañana

La ciudad silenciosa otrora en agosto bullía y arrojaba todos los desperdicios festivos al suelo, en la última semana de agosto en que todo cerraba todo sigue cerrando pero ya no hay ruidos inmensos, inmensas corrientes de personas, todo el mundo se ha ido a quién sabe donde. Yo agradezco que no se formen caos de tráfico y extraños recorridos de aparcamiento en las inmediaciones del recinto ferial. Después de dos o tres meses cerrados, he perdido la cuenta, cómo no se iba a cerrar también todo como por costumbre para amanecer al cabo de primeros de septiembre como el que se despierta de un profundo letargo y ve todo arrasado, intentando recoger los pedazos del sueño. El jueves voy a la calle Granada, casi al final, donde La India y veo cerrado el local donde vendían periódicos. Creo que ha cerrado definitivamente, en cualquier caso abría a deshoras. En la acera de enfrente, un poco más arriba me sorprende que alguien ha montado su casa en el espacio exterior que queda de un local en el que creo que antes había una caja, creo, todavía quedan los hierros verdes ennegrecidos. Y el hombre ha montado a la vista de todo el mundo el recibidor de su pequeña casa, con sus objetos personales sus fotos enmarcadas. Un gran cartón hace de división de los espacios interiores, del espacio interior, que prefiero no imaginar, sólo le falta el videoportero. Y ante mi extrañeza, el señor que practica la usucapión, que está en la acera, me pregunta si es que no está bien. Cojonudo, está cojonudo. El sábado por la mañana salgo pensando que es un día normal pero es festivo en Almería, tan festivo que no hay nada abierto, salvo algunas cafeterías, ni grandes superficies, ni nada. Otros ciudadanos también erráticos acceden con su carrito a las inmediaciones del centro comercial mediterráneo para ver extrañados que está cerrado, como algo incomprensible, que hiela como el temprano frío que anuncia el advenimiento de la realidad, siempre fría y amenazante. Están abiertos los kioskos pero el viento no deja leer con reposo los diarios en las terrazas de las cafeterías. Las mesas amarillas solas saben que nadie vendrá a poseerlas, salvo los irredentos de la mañana. Hay tregua de noticias y derrumbes, que el lunes empezará a disparar su ametralladora de ruinas y desorden, como un manto de hielo que vuelve a avanzar sobre este verano de mentira, estrechando el cerco, apretando el garrote.

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