La tapia del manicomio

Bocachanclas

Desde el "se sienten, coño" hasta el "que se jodan" hay una larga lista de improperios que no hace falta enumerar

El sujeto inspirador de la columna de hoy es un diputado en Cortes por la provincia de Huelva, cuyo nombre preferimos olvidar, que le pegó una voz (una coz, más bien): "¡Vete al médico!" a Íñigo Errejón porque el diputado de Más Madrid estaba señalando los problemas de salud mental que se están disparando por la Covid 19 y sus confinamientos.

El hecho de pegar coces en los foros parlamentarios no es tan raro como para que nos dediquemos a comentarlo como algo excepcional. La tradición de insultar y patear es antigua. Pero nos da la impresión de que antes se insultaba con más categoría, como aquello de "tahúr del Misisipi" que le soltó Alfonso Guerra a Adolfo Suárez. Incluso se insultaba finamente a los propios compañeros, como aquella vez que Pío Cabanillas dijo que estaba la cosa tan movida que ya no sabemos ni quiénes somos los nuestros.

Todo un ejercicio gramatical. Comparado con estos "finos estilistas" las burdas coces resaltan más. Desde el "se sienten, coño" de Tejero, que aúna incorrección gramatical, mala educación y chulería cuartelaría, hasta el "Que se jodan", que vomitó una diputada con motivo de una discusión sobre los pagos que habría que establecer para los parados, hay toda una larga serie de improperios que no hace falta enumerar, ni es necesario investigar en las hemerotecas.

A la vista de esta reiteración y de la consiguiente abundancia de sandeces de baja estofa, nos extraña que nadie haya propuesto todavía establecer un premio al insulto más burdo, insensato y asnal, a la manera de los premios "IgNobel" a la investigación más absurda, o los "Razzie" a los peores actores, guionistas, directores y películas de la industria cinematográfica estadounidense. Lo primero sería ponerle un nombre adecuado al galardón y lo siguiente, diseñar el trofeo propiamente dicho.

Para el nombre proponemos Ceporro de Uralita, Cardo Borriquero, Bocachancla, etc. El trofeo se encargaría a un diseñador señero y podría ser un escardillo para escardar cebollinos, un nabo de plata sobre campo de alfalfa o un bote de colutorio para enjuagarse la boca. O lo que se le ocurra al señero diseñador, aunque tiemble uno ante sus posibles ocurrencias.

Y luego, claro, elegir un jurado formado por periodistas y otras personas que estén todo el día zascandileando en el Congreso y ámbitos afines -incluyendo al Consejo General del Poder Judicial-, influenceros varios y asiduos a tertulias mediáticas.

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