Comunicación (im)perinente

Francisco García Marcos

Bocadillos españolistas

Seguro que en Vic está la cosa prevista y controlada. Tengo entendido que han acordonado la Casa de la República con milicias voluntarias llegadas desde todos los CDR de la comarca de Osona. Han rodeado la vivienda de solemnidad sacra, convertida en lugar de veneración contemplativa, un retiro para héroes legendarios, donde Jaume Sastre y Quim Furriols lleven a cabo su huelga de hambre en defensa de la lengua catalana.

Puede sonar exagerado, probablemente lo será, porque desde la llegada de la Democracia a España nadie agrede al catalán. Lo que ahora está en cuestión es la distribución de las lenguas en el sistema escolar, algo sustancialmente distinto. Pero en la Cataluña actual, dividida y polarizada, encontrar un acuerdo satisfactorio para todos los implicados se convierte en una ecuación irresoluble. Quienes se quejan de justo lo contrario también existen y defienden derechos también inalienables. Todo empezó en 1996, en Barcelona precisamente. Una reunión de notables promovió la Declaración Universal de los Derechos de la Humanidad, con su correspondiente listado de exigencias lingüísticas. Entre ellas figuró, por supuesto, la subsistencia de las minorías frente a las grandes lenguas hegemónicas. Pero también se incluyó el de los individuos a emplear y transmitir su lengua materna, sin restricciones Las declaraciones de este tipo deberían traer un manual de instrucciones adjunto, para desentrañar qué sucede en caso de colisión de derechos, qué prevalece, la supervivencia de la minoría lingüística o la transmisión de la lengua materna. Complicado, sobre todo porque la solución justo radica en negar la mayor. Bastaría con no restringir la vida idiomática de los individuos a una sola lengua.

No obstante, cabe agradecerle a este docente y a este médico catalanes el haber trasladado sus reivindicaciones a escenarios civilizados, lejos de enfrentamientos y, más aún, de violencia callejera. De manera que, sí, es importante que las milicias de los CDR controlen, no vaya a ser que el enemigo se ponga a circular blandiendo bocadillos de Guijuelo o de calamares, que prepare en plena calle unos huevos con chistorra o una paella. No digamos ya que pasaría si recurren a la artillería y empieza a desfilar el Moriles, el Ribera, el Rioja, la cerveza de Granada, el albariño o el brandy. Mejor así, en ascético retiro, como dos mártires de la lengua.

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