Metafóricamente hablando

Cabeza de turco

Nunca se lo contaron, la humillación se sufre en silencio, es invisible, pero marca tanto como la pobreza

Se levantó apenas amanecido. Sobre la ciudad una inmensa nube de polvo cubría todo aquello sobre lo que se posaban sus ojos. Los tenía enrojecidos de las lentillas con las que trataba de disimular su color. Una peluca negra azabache, de pelo abundante y rizado, cubría su media melena dorada. Un nuevo día comenzaba para su personaje, tan distinto a quien era en realidad. Este era el día a día del periodista alemán Günter Wallraff, que en los años ochenta decidió destapar la discriminación y la xenofobia subrepticia que existía en su país de forma larvada, invisible y negada por ciudadanos y políticos hasta tres veces, como San Pedro hizo con Jesús, disfrazándose para no ser reconocido y aparentando ser un trabajador turco. De esa experiencia publicó su novela "Cabeza de turco". El libro fue demoledor, hizo temblar los cimientos de una democracia que se creía a salvo de esta lacra, y costó algunas cabezas de políticos, y responsables de grandes empresas que no eran precisamente "cabezas de turco". Este libro hizo reflexionar a miles de lectores de todas las nacionalidades, ya que en muchas ocasiones los peores sentimientos anidan en los corazones, sin que sus portadores sean conscientes de ello. A él también le llegó al fondo de su alma cuando lo leyó, a veces es necesaria una pasada por la "plancha" para saber cómo duele la quemadura. Se atusó la barba, otra vez se había puesto de moda, igual que cuando era joven, y eso le daba la sensación de haber retrocedido en el tiempo, aunque al mirarse al espejo, la ilusión desapareciese conforme comprobaba las pequeñas arrugas que incipientes, comenzaban a cubrir su frente. Él no era rubio, ni de ojos azules, de hecho seguramente con una chilaba en el norte de Marruecos pasaría desapercibido. Aquí sin embargo, afeitado, con sus gafas de sol a la moda, sus vaqueros y su americana "casual", parecía un europeo de pura cepa. Pensó por un momento que habría sentido él, si se hubiese tenido que ir a trabajar a otro país cuando en España la gente emigraba en busca de mejores condiciones de vida y en la puerta de algunos bares ponía un cartel donde "se prohibía entrar a españoles". Claro está que eso no era posible, hoy éramos ciudadanos europeos, con todas las ventajas y privilegios que conlleva ser considerado un igual, y tener reconocidos idénticos derechos. Volvió a la cocina, se sirvió el café de rigor en su taza de porcelana, regalo de su abuela, y se acordó de ella. En las noches de invierno, cuando pasaba algunos días en su compañía, ella le contaba cómo vivió los años en que su marido se iba a la vendimia, un año tras otro, hasta que sus hijos estudiaron y pudieron despegar. Pensó, habrían tratado a su abuelo como al personaje de la novela "cabeza de turco"?. Nunca se lo contaron, la humillación se sufre en silencio, es invisible, pero marca tanto como la pobreza.

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