De Reojo

José MARÍA Requena Company

Cacareantes y desplumados

Nadie pone en duda hoy que el vigente sistema de pensiones en España resulta insostenible

N NADIE pone en duda hoy que el vigente sistema de pensiones en España resulta insostenible: apenas hay 90 menores de 16 años por cada 100 mayores de 65. La oferta de pensiones privadas tampoco atrae el ahorro de quien ahorra, cada vez menos. Y lo que no deja de crecer, sin embargo, es la longevidad colectiva y el ánimo de disfrutar las jubilosas canas con lozanía. Algo que las pensiones públicas, más pronto que tarde no podrán garantizar, porque los impuestos no van a dar para mantenerlas, además de que tanta crisis esté agotando la capacidad contributiva de las clases medias, de los que pagamos, porque las grandes fortunas pagan poco. Eso, la que paga algo: prefieren cotizar en sus paraísos. Y en este panorama incierto, surgen novedosos productos inmobiliarios, pensados para complementar pensiones de gente madura, aunque con ingresos módicos que no les permiten mantener la calidad de vida a la que incita la moda: viajes, bares, aperos digitales etc., que son dueños de algún piso, lo que no impide que tengan apuros para acabar el mes con liquidez. Y para ese gran mercado potencial, que alcanza un 80% de los casi diez millones de mayores, se ingenian alternativas como las llamadas hipotecas inversas, que brindan préstamos sobre el 30 o 40% del valor de la casa que el propietario recibe de forma periódica o de una vez, y sigue viviendo en ella hasta que fallece. Entonces sus herederos heredan la vivienda, vale, aunque han de devolver el importe dispuesto o, si no tienen recursos propios, subastar la finca para pagar. Otro producto es la venta de la nuda propiedad sobre la vivienda conservando el disfrute vitalicio de la misma y dejando a sus herederos la parte del precio no consumida. Son remedios típicos para jubilados a los que ninguno está obligado a recurrir, pero que muchos acabarán usando conforme se complique la tópica insuficiencia de pensiones y las entidades financieras, insaciables en arañar rendimientos (lo llevan en su ADN capitalista feroz) digan de incentivar las desinversiones inmobiliarias del paisanaje para diluirlas en efímeras rentas fungibles. Con lo que la ineludible evolución de las pensiones acabará en ávida revolución desinversora de viviendas familiares, convirtiendo la otrora modesta pero digna aspiración al hogar propio, en un anacronismo burgués y a los burgueses en la clase social cacareante y desemplumada a la que, ay, nos tienen predestinados.

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