República de las Letras

Cajas

Hablo de actitudes y conductas que vengo observando en ciertas cajas convertidas en bancos: han perdido cercanía

Nuevamente me toca escribir sobre algo muy desagradable para diversos sectores sociales. Parece que me persiguen estos temas, cuando a mí, sobre lo que más me gusta escribir es sobre libros. Y es que no soporto -supongo que como casi todo el mundo- la injusticia, el abuso, la prepotencia y la nula conciencia de ciertas empresas sobre su carácter de servicio público, lo que contagian a sus empleados, que parece que te hacen un favor cuando desempeñan su trabajo. Pero al grano, que los preámbulos enrollados quitan lectores.

Hablo de actitudes y conductas que vengo observando en ciertas cajas. Parece que con su conversión en bancos han perdido su cualidad de populares y su cercanía. Hace ya, por ejemplo, que sacaron los cajeros automáticos a la calle, sin ninguna protección para el cliente. Es un ahorro para las cajas, pero son inseguros, sobre todo algunos más alejados de los accesos al establecimiento. Últimamente han puesto unas máquinas que hacen muchas de las funciones de los empleados -con el consiguiente ahorro en personal y el riesgo, supongo, de algunos de los actuales si el fenómeno crece- y centralizan el resto de operaciones cotidianas en la mesa llamada "caja". Esto hace que ciertos empleados y empleadas desdeñen solucionar los problemas de los clientes y remitan constantemente a estos a "caja" o a las dichosas maquinitas. ¿Y si prefiero que me lo hagan? ¿Y si estoy acostumbrado al trato personal y no quiero aprender cómo funciona la maquinita? Por no hablar de la hora de apertura por la mañana: nunca abren a su hora, siempre se pierden unos minutos que al cliente le pueden resultar nefastos para su trabajo o sus quehaceres. Y el afán de captar datos personales. Y el repetir en voz alta tu número clave. Y pedirte el móvil, cuando ya has dado tu fijo, etc., etc. Esta gente ha perdido el respeto al cliente. Al cliente pensionista, empleado, parado, estudiante, ama de casa…, al cliente vulgar y corriente, no al rico, ni al accionista, ni al propietario. Esos nunca hacen cola en el cajero en la calle, ni pasan por "caja", ni van a la maquinita del demonio. Y esta es otra, las colas, que ahora se hacen en la calle -como en la posguerra-, delante del cajero, no dentro de la sucursal. En estas cajas uno piensa que no pinta nada y si te quejas, nadie te escucha. Van a su avío, que decimos en Almería. Hace falta una banca pública que compita con ellas.

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