Calma en el alma, salud en la sociedad

Es bueno tener comunicación, tanto como saber cuándo hay que dejar descansar el cerebro. No perdamos el juicio: estamos recluidos, no presosNo habremos aprendido nada, si creemos que las cosas no pueden volver a seguir siendo como fueron

Sería imposible encontrar a alguien que estos días no haya caído en la desesperanza. La realidad nos ha explotado en la cara y nos ha dejado encerrados en casa. Aquel Virus del Fin del Mundo, o no era lo que nos decían, o poco a poco va siendo lo que no nos han querido decir de una vez por miedo a nuestra reacción. Tanta preocupación por nuestras respuestas ha hecho que, una vez en Estado de Alarma, alarmados vivamos y estemos indefensos ante los sinvergüenzas que inventan y difunden bulos, ante la incertidumbre del futuro, ante la necesidad de saber qué falta, qué se esconde, qué pasará. Alce su mano quien no haya sentido frustración, irritación o desconcierto: yo dejo bajada la mía. Como remedio, he decidido, ya que no puedo hacer otra cosa por los demás, dedicarme a leer y entender a los filósofos estoicos, una buena escuela de serenidad y de ciudadanía. Nos recuerda Séneca, por ejemplo, que los muros mayores y peores están en el alma y que, en realidad, no deberíamos apurarnos por un futuro que no está en nuestras manos porque ni tomamos las decisiones ni se nos consultan. Veo, pues, a los acaparadores entrando a saco en las tiendas y recuerdo cómo le contaba el filósofo a Lucilio que no es pobre el que tiene poco, sino el que ambiciona mucho y que el límite de las posesiones consiste en tener primero lo necesario y luego lo suficiente. Leo a los que vagan como sombras por el inframundo de la desesperación y me viene a la memoria que se debe uno apartar de los que tienen la mente agitada y demasiado tiempo libre, o sea, que no nos vendría mal dejar a un lado los wasapeos compulsivos y dedicar nuestras horas a algo provechoso en vez de gastar la pantalla del móvil rebotando lo primero que nos llega. Es bueno tener comunicación, tanto como saber cuándo hay que dejar descansar el cerebro. No perdamos el juicio: estamos recluidos, pero no presos. La cuestión es grave porque, perturbadas las referencias y las costumbres, enloquecemos y volvemos locos a los demás, necesitamos gritar contra el Universo y cargamos contra quien está al otro lado de la pantalla. Intentemos recordar la cara de la persona a la que leemos, no nos sintamos ofendidos a las primeras de cambio, relajémonos y cultivemos el libre pensamiento y las buenas costumbres. Como le escribía Séneca a Lucilio, si nuestro deseo es sentirnos bien, empecemos por mantener la cordura y, con ella, la salud.

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