Es un tópico con bastante fundamento el de que las elecciones son la fiesta de la democracia. Festejar la libertad de poder elegir es importante en cualquier país, y especialmente en aquellos que conquistan la democracia, después de muchos años de dictadura y totalitarismo. En España, tras la muerte del dictador y la recuperación de las libertades, los más mayores celebraban ir a votar con inmensa emoción y alegría.

A las elecciones les anteceden unas campañas electorales que, en aquella época, sin internet ni redes sociales y con dos canales de televisión, eran más callejeras, coloridas, sonoras y festivas. Caravanas de coches por las grandes ciudades, carteles pegados en paredes y vallas, mítines de megáfono en mano y plazas de toros hasta la bandera. Al principio de la democracia en España no se impuso la sana costumbre de los debates en televisión, y aún hoy cuesta que se generalicen, pero con todo, aquellas campañas tenían gran notoriedad y gozaban del respeto mayoritario, quizás porque durante demasiados años a los ciudadanos les habían impuesto el silencio y la mordaza.

Pero de la novedad de aquellas elecciones y campañas electorales, hemos pasado afortunadamente a normalidad de que las mismas se celebren cada cuatro años con carácter general, autonómico, local o europeo. Incluso, algunos le han cogido tanto gusto, que ahora se repiten elecciones generales y autonómicas, cada pocos meses o años. Y eso también da lugar a que se multipliquen las campañas electorales, en este caso a través de las redes sociales, las imágenes enlatadas en televisión y las promesas permanentes. Pero no contentos con ocupar el tiempo razonable de que duran campaña y precampaña, muchos políticos han decidido que lo mejor forma de influir en la decisión de los votantes es hacer campaña siempre. Los expertos lo llaman campaña permanente, y los partidos de todos los colores se han abonado a la estrategia con entusiasmo. Asistimos así a una campaña electoral constante, cada día con más marketing y parafernalia, y con independencia de que el partido esté en el gobierno o en la oposición. En España el fenómeno se ha agravado en los últimos años. Y aunque las campañas electorales son una expresión genuina de la democracia, cuando se repiten machaconamente, generan el rechazo de un electorado que espera que sus representantes dediquen más tiempo a gobernar que a vender lo que hacen o lo que harán cuando lleguen al gobierno.

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