Carne de perro

Los perros chinos dejan de ser ganado, se redimen del matadero y no aparecerán entre los platos del menú

Con la ambigua y contradictoria sentencia de un refrán, sobre gustos no hay nada escrito. Por eso la gastronomía, la cocina, que bastante tienen que ver con el sentido del gusto -aunque las cosas puedan gustar de muchas otras maneras que al estómago-, cuentan con la carne de perro para un culinario plato al que son dados no pocos chinos -una forma de decir muchos porque, por pocos que se sean en su nación, sobre el 20 por ciento, muchos lo son para países como los de nuestro censo-. Por eso se crían en granjas, estabulados como el ganado, se sacrifican para el consumo humano y hasta acaban por venderse asados en algunos mercados, con los colmillos a la vista. Así hasta los estragos del coronavirus, que pudo transmitirse de animales salvajes y variopintos, puestos a la venta en mercados chinos sin esmeros con la higiene, al género humano… aunque también, con infausta frecuencia, animalizado. Porque la redención de los perros, liberados del matadero para abasto de las carnicerías, va a llegarles por su reconocimiento como animales de compañía, mascotas y, en antropomorfa transformación, mejores amigos del hombre -sin que, cuando así se dice, suela caerse en la cuenta de cómo se señala un inamistoso defecto humano-. Dejarán de ser ganado, en fin, y comer carne de perro resultará una de esas prohibiciones que se vulneren con clandestino deleite.

Cabrá decir, no se olvide, que los gustos del estómago son relativos. Y que comer caracoles, aunque el confinamiento haya impedido su consumo en las barras de más reputada preparación, puede ser una ingesta igualmente desagradable; o la de los rabos de toro, que deben extrañar los ruedos, aunque el estoque de fin a sus días de bravura. También es posible pensar en que las hambrunas o las situaciones críticas hacen hincarle el diente, cerrando los ojos, a carnes o sustancias de la más diversa y poco comestible procedencia. Pero los perros asados, que se ofrecen colgados de ganchos en las carnicerías de los mercados, son piezas de consumo ordinario cuando, a la vez, muchos otros canes están cuidados mimosamente como mascotas. Unos diez millones se sacrifican al año para consumo humano y más de noventa millones de perros y gatos acompañan a sus dueños pero no les alimentan el estómago.

Del "cave canem", para avisar del cuidado con el perro, en las antiguas casas romanas, al perro a la carta hasta que el bicho los quitó del menú.

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