En Cataluña, la Universidad vuelve al pasado

Eliminar la evaluación continua para ponerse al servicio de la revolución es involución

Allá por 1986, los universitarios de toda España fuimos a la huelga para protestar contra una reforma educativa. Da lo mismo cuál: aquí, las reformas duran menos que un Ministro y casi siempre empeoran las cosas. ¿Qué hicimos? Buscar a nuestros profesores y pedirles bibliografía para estudiar. Las autoridades académicas no pusieron trabas ni tampoco nos allanaron el camino: se encogieron de hombros ante una decisión tomada por adultos en plena posesión de todos sus derechos. Cuando en Jaén nos plantaban delante a las unidades antidisturbios de Linares, sabíamos qué materiales manejaban y que, desde luego, no iban a ser claveles, narcisos ni gladiolos los que nos acariciaran los rostros en caso de problemas.

Hoy veo que alguna Universidad catalana ha decidido sustituir los sistemas de evaluación continua y aceptar los exámenes finales para no perjudicar a quienes se sumen a las huelgas de estudiantes. Siempre he pensado que en un examen final no se demuestran conocimientos sino, sobre todo, resistencia al estrés. La evaluación continua ha sido un avance; eliminarla para ponerse al servicio de la revolución es involución. Modificar las normas para favorecer el seguimiento de los paros académicos es fomentarlos y difundir la certeza de que no hay responsabilidad por los propios actos. Los Rectores y sus Consejos de Gobierno son colaboradores necesarios de esta alteración interesada de los sistemas de evaluación.

La decisión es injusta porque condiciona la evaluación del rendimiento a factores no universitarios; es improcedente porque hace saltar en pedazos los sistemas de formación y los retrotrae a épocas que ya parecían pasadas; es peligrosa porque atenta contra los sistemas de calidad; es discriminatoria porque protege los intereses de un grupo y no de toda la Comunidad Universitaria; es irresponsable porque infantiliza a los estudiantes, los exime de asumir la responsabilidad de sus actos y los convierte en sujeto de todos los derechos y de ninguna obligación.

Es justo luchar por una causa que se cree justa y aceptar las consecuencias de los actos. El trabajador hace huelga sabiendo que le van a descontar el sueldo. El que se manifiesta sabe que no va a toparse con una banda de Teletubbies. Las autoridades académicas no deben tomar decisiones sacadas de un estuche de Hello Kitty. Todos los actos tienen consecuencias: esto no es Barrio Sésamo, es la vida adulta.

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