Ceguera y prudencia

Cuando asusta lo que puede verse, entonces se opta, aunque sea a la defensiva, por mirar sin ver

Puede ser el futuro una "carta cerrada y aún estaba por nacer la curiosidad de abrirla"? Tan genial manera de denotar metafóricamente lo venidero está al alcance de un talento literario mayor. Ese fue el de Saramago, en este caso aplicado a su Ensayo sobre la ceguera, que compuso, en 1995, a partir de una sugerente circunstancia: la ceguera repentina de un hombre que permanece en su coche parado ante un semáforo, con la explicable alteración del tráfico y la curiosidad de los transeúntes, dado que perdió la vista después de frenar el coche ante el semáforo en rojo. Esa ceguera es contagiosa -la pandemia de la "ceguera blanca"-, en el nuevo e inesperado mundo de los ciegos donde la mujer de un médico, aunque no tuerta, es reina. Como la literatura tiene sus licencias y la ficción se levanta acomodada al argumento que la sostiene, esa universal ceguera desaparece de manera asimismo imprevista. El COVID 19, aunque dé para la literatura, es más malsano que literario. Si bien, podría -y debería- admitir tan benéfico desenlace, sin necesidad de vacunas de recuerdo.

La lectura del espléndido Ensayo de Saramago -unos diez años después, en 2004, escribió el ambivalente y complementario Ensayo sobre la lucidez- lleva, sin los ojos cegados, a una mirada interior, a un ejercicio introspectivo que también la ceguera anula. Porque es todavía más difícil mirar hacia dentro y ver lo que se encuentra si no puede verse o mirarse qué hay fuera. Distintas, sin embargo, son una acción y otra, porque ver es mirar con atención. Y cuando asusta lo que puede verse, entonces se opta, aunque sea a la defensiva, por mirar sin ver. Saramago, ciego entonces el mundo en su ficción no poco aterradora, repara en las consecuencias de nuestros hechos: "Si antes de cada acción pudiésemos prever todas sus consecuencias, nos pusiésemos a pensar en ellas seriamente, primero en las consecuencias inmediatas, después, las probables, más tarde las posibles, luego las imaginables, no llegaríamos siquiera a movernos de donde el primer pensamiento nos hubiera hecho detenernos". A esto ayudaría la prudencia, emparentada con la templanza, la cautela y la moderación en el linaje de la sensatez y el buen juicio. Entre las destacadas virtudes aristotélicas figuraba asimismo la prudencia como perfección del entendimiento. Malos tiempos, sin embargo, para esa preclara virtud porque: "Probablemente, sólo en un mundo de ciegos serán las cosas lo que realmente son".

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