La esquina

José Aguilar

jaguilar@grupojoly.com

Cenizos sin fronteras

En España no vivimos en el mejor de los países posibles, pero sí en uno de los mejores de los realmente existentes

Un prestigioso estudio internacional que valora el sistema sanitario, la dieta, la disponibilidad de agua y la esperanza de vida de 169 países ha establecido que España es el país más saludable del mundo. Seamos modestos. Supongamos que, por algún motivo inexplicable, el informe está sesgado, ha manejado criterios insuficientes o desdeñado otros más objetivos.

Vale. Lo que importa es la tendencia. Desde hace años estamos en los primeros puestos en calidad de vida, somos un país muy saludable y puntero en muchas cosas, algo que nos reconocen abiertamente por ahí fuera y nos cuesta muchísimo admitir aquí dentro. Por un complejo histórico arrastrado más allá de lo razonable, por una bajísima autoestima como nación que valora sus fracasos por encima de sus éxitos y por una tóxica combinación de pesimismo vital e ignorancia no viajada.

También por el pensamiento y la acción de sectores políticos y culturales que han encontrado la razón de su existencia en el catastrofismo y la negatividad. Una especie de cenizos sin fronteras (el apocalipsis inminente no lo anuncian sólo para España, sino para todo el mundo). Donde todos los demás vemos la botella medio llena o medio vacía -según-, ellos la ven absolutamente vacía. Donde los datos indican que la inmensa mayoría de los españoles han prosperado en los últimos cuarenta años más que en cualquier periodo histórico semejante vivido con anterioridad, ellos sólo ven que el 25% de los españoles continúan en situación de vulnerabilidad y necesitan ayuda y protección. Repiten, con machaconería inmune a los hechos, que cada vez existe una mayor explotación, que nunca se ha visto tanta desigualdad social como ahora, que la discriminación de la mujer y la violencia de género aumentan sin parar y que todo es una mierda que debe combatirse a muerte.

Son muy partidarios de una múltiple sinécdoque tramposa: convierten la anécdota en categoría, construyen en los discursos una mayoría social que los ciudadanos nunca les dan cada vez que se pueden expresar libremente, hablan continuamente en nombre de la gente sin que la gente les haya autorizado a hablar en su nombre y venden un pesimismo a prueba de realidad.

En España tenemos problemas de todas clases. Graves, leves y mediopensionistas. No vivimos en el mejor de los países posibles, pero sí en uno de los mejores entre los realmente existentes.

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