Resulta difícil habitar en el lugar de las censuras indirectas, de las manipulaciones palpables y de las faltas de veracidad. Siendo este como es el momento histórico donde existe mayor acceso a la información y a la difusión de la misma por diferentes medios, es paradójico que se de a grandes rasgos una censura invisible o no reconocida. No es cierta la afirmación de la existencia de un órgano o institución que controle y sesgue las manifestaciones públicas de la libertad de expresión. ¿O sí? Pero si es cierta la aseveración de que es poco rentable desde el punto de vista social decir lo que uno piensa ya que surgen reacciones de la masa propiciadas por los líderes de opinión y los influencers que ya estaban previstas tras un largo trabajo de manipulación y creación de condicionamientos. Las reacciones ante las manifestaciones de libre opinión que no son convenientes revisten la forma de estereotipos y lugares comunes y suelen destacar por su falta de consistencia lógica. Más bien siguen la deriva de argumentos preestablecidos y surgidos repetitivamente en situaciones similares. A fin de cuentas decir lo que uno piensa puede resultar problemático aunque el derecho a la libertad de expresión está reconocido en la constitución española. Se ha creado una hipocresía social extrema que redunda en la idea de una cultura de la mediocridad donde los críticos no hacen críticas constructivas sino que destapan sus egocentrismos y/o narciscismos. No suele surgir el debate o el diálogo constructivo, sino el ataque y derribo de lo que no es políticamente correcto por aquellos que han hecho un uso del criticismo basado en el dogmatismo y el radicalismo. Es más, cuando alguien ejerce su derecho a expresarse libremente, si lo que dice no es popular o no está estereotipado, no solo se le niega vehementemente sino que se le acusa de decir lo contrario, lo cual no tiene mucho sentido. Más bien suele criminalizarse a quién no siga la corriente de lo políticamente correcto: el auto de fe en lo popular. El problema es que esto hoy día es lo mediocre y basar la cultura en lo mediocre es como erradicar del ser humano su capacidad de discernimiento. En definitiva, en este país, no se puede decir libremente lo que se piensa y por lo general las ideas son ocultadas por miedo a los gritos soeces de un regimiento de críticos radicales que te demonizan y te condenan por herejía.

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