Opinión

Luis / García / Yepes

Chano, decir meciendo

SE sabía. Como las historias antológicas que atesoraba, que aunque largo el argumento, iba a tener su final. Murió anteayer de noche Juan Ramírez Sarabia Chano Lobato, el hasta ese día "mejor cantaor vivo de los cantes de Cádiz" y sin duda el que mejor meció el cante.

Último bastión de la generación vieja, a la sazón Chocolate, Sordera, La Paquera… todo lo que tocaba su voz lo convertía en espectáculo, en gusto, en buen decir.

Décadas en los tablaos y cantando para el baile le forjaron una personalidad única y nada típica, reliar autenticidad con tipismo es una falacia, y sí, fue el mejor por alegrías, romera, mirabrás, tanguillos y no desacertaba con el dardo en la diana de la soleá, la seguiriya, la malagueña o la cartagenera, ahí queda su 'Nuez Moscá' para los restos.

Pero Chano Lobato era un cantaor para ir a ver, a nuestra tierra vino en infinidad de ocasiones especialmente ya 'antañón' y fue recibido con fervor. Creo, hoy ya fallecido, que era el cantaor que más afición creaba y sin duda el que a más jóvenes atraía. No era ni más ni menos que su forma de decir, de decir el cante y de decir la historia personal aderezada con exageraciones o mentiras que la hacían más verosímil; esa era la guasa, no la coña marinera, el gracejo único y sincopado de una basta herencia gaditana.

Chano era de todo el mundo. Su cuerpecillo se revolvía a compás lo mismo en la peña que en el festival, hacía su salutación, hilvanaba su cante rebulléndose en la silla y sin aspavientos de manos, todo muy medido, y ponía su boquita a merced de la copla y de la historia. Volvía loco al público.

Le llegaron medallas, circuitos, espectáculos a medida, homenajes… ya de mayor, ha muerto con 82 años. Tenía siempre un recuerdo reciente o antiguo para introducir en sus historias que aliviaban el esfuerzo del cante: lo mismo que los churros más malos del mundo los comió en la Plaza Virgen del Mar, como que la poetisa -por Gabriela Ortega- iba rumiando sus versos por las calles, que las fantasías de Ignacio Espeleta o el motivo de por qué la estatua del Cid tenía las manos tan grandes.

A Almería no va a volver, ¡claro! ni a ningún escenario del mundo, dos meses en la cama se lo han llevado por delante y con él -como en aquel libro que congració en su nombre a grandes del estudio flamenco- se van: el duende, la gracia y los dones. Descanse en paz.

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