Cínicos, los filósofos punks

Los cínicos griegos nada tenían que ver con el concepto que en la actualidad asociamos a este término

La historia de hoy sucedió en Corinto, allá por el siglo IV antes de Cristo. Alejandro Magno acababa de ser nombrado comandante del ejército griego tras morir su padre. La ambición del joven macedonio hacía intuir que estaba llamado a ocupar un lugar solemne en la Historia así que era común que atrajese la atención de, entre otros, poetas y sabios. Empero había un hombre que parecía no tener ningún interés en conocer al conquistador. Diógenes, el excéntrico filósofo que exasperaba al mismísimo Platón, continuaba vagando por las calles y protagonizando escándalos sin dar ninguna señal de acercamiento hacia el nuevo general. Cuentan que Alejandro, picado en su curiosidad y tal vez el orgullo, quiso conocer a aquel que vivía en una tinaja así que, él mismo, fue a su encuentro.

Cabe señalar que Diógenes, junto con Anístines, su fundador, resultan los máximos exponentes del cinismo como escuela filosófica. Los cínicos griegos poco tienen que ver con el concepto que en la actualidad asociamos a este término. El cínico de hoy es el sinvergüenza, mentiroso y embaucador que aplica sus artimañas con la mejor de sus sonrisas. Cuántos ejemplos les vienen a la cabeza ¿eh? Pero el filósofo cínico nada tiene que ver con eso. Adoptaron como símbolo al perro (kynikós) del que tomaron incluso su nombre buscando ejemplificar cómo debía vivirse la vida: de una manera más salvaje, noble y auténtica. El cínico perseguía remover conciencias. Para ello recurrían a auténticos "shows" y en eso Diógenes era un experto. Podríamos decir que fueron un movimiento contracultural, los punks del mundo clásico. Examinaban la norma o la tradición y sólo la aceptaban si resultaba justa, honrada y virtuosa. El cínico nos invita a pararnos y preguntarnos si eso que voy a decir o a hacer es lo mejor que puedo decir o lo mejor que puedo hacer.

Pero sigamos con la historia. El macedonio encontró al filósofo sentado en el suelo, con los ojos cerrados. Probablemente le costara reconocer al gran pensador en la persona que tenía delante. Toda vez que sus acompañantes le aseguraron que efectivamente se encontraba ante Diógenes, Alejandro se conmovió ante la austeridad de la que el sabio hacía gala. Con gesto de magnánima compasión se dirigió a él preguntando: "¿Puedo hacer algo por ti, por mejorar tu estado?" A lo que Diógenes respondió: "Por supuesto, es sencillo: apártate, por favor, que me tapas el sol".

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