Ciudadano amancio

El ciudadano Amancio es sin duda el perfil que todo el mundo, por el simple hecho de nacer en España, puede odiar

Hace unas semanas apareció la noticia que un ciudadano llamado Amancio donaba no sé cuántos millones de euros para la Sanidad Pública española. Esta actitud filantrópica, propia solo de aquellos individuos elegidos e iluminados, que tomó este señor fue claramente discutida. Por un lado, los puristas arremetieron contra la encomienda porque el susodicho era uno de los precursores del capitalismo visceral que, mientras tiene -presuntamente- esclavizados a niños en otros países para alimentar su industria, en las naciones soberanas occidentales ofrece un gesto de misericordia a la sociedad para lavar su imagen. Y por otra parte, también se sumaron aquellos que vitoreaban tal hazaña como una manera condescendiente del sistema patriarcal hacia sus siervos que, en un acto de debilidad, volvía a ofrecer a la muchedumbre lo que le había quitado al pueblo.

En mi modesta opinión, se quedan en el tintero algunos flecos. El primero, la vara de medir de unos y otros. Por ejemplo, cómo el prestigio de ciertos jugadores de fútbol que se han aprovechado del sistema e, incluso, nos han arrancado alguna lágrima que otra gracias a sus fundaciones sin ánimo de lucro, siguen disfrutando del beneplácito de todos los concurridos a pesar que han desfalcado al fisco lo incontable e inimaginable.

El ciudadano Amancio es sin duda el perfil que todo el mundo, por el simple hecho de nacer en España, puede odiar o suscitar ciertas envidias. Un hombre con pocos recursos que en el fondo de un garaje monta una tienda y que años después aparece en la lista Forbes, sin despeinarse. El típico sueño americano, a lo español, eso sí, que todo el mundo quisiese experimentar y que sin embargo calla por vergüenza y conveniente anonimato. Después de cuarenta años de democracia y de desarrollo económico y social, nuestro sistema sanitario tiene que sobrevivir y subsistir gracias a las donaciones externas, incapaz de satisfacer las necesidades y las exigencias de la propia estructura democrática y social. Algo estamos haciendo mal, cuando la sanidad privada o concertada -dígase a aquella que goza de las inversiones e infraestructuras públicas para alimentar la iniciativa privada y que pagamos a precio de oro- es la que añora el ciudadano de a pie, porque es la que da respuestas a sus realidades.

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