Cofrades en Fitur

No termino de comprender la presencia de los cofrades en estas iniciativas, por muy buena intención que tengan

La semana pasada se celebró en Madrid una nueva edición de la Feria Internacional del Turismo (Fitur), dicen que la tercera del mundo en repercusión, y como es lógico contó con la presencia de numerosos organismos e instituciones, nacionales e internacionales, ávidas de dar a conocer a los operadores del mercado las bondades de su destino turístico. Y allí estaba, como no podía ser de otra forma, nuestra ciudad que, narcisos aparte, cuenta con una excelente oferta para atraer a turistas de todos los colores. Que se lo pregunten, si no, a los sufridos vecinos del Barrio de Santa Cruz.

Entre los atractivos de la oferta no puede faltar nuestra Semana Santa, de cuya exposición al turismo nada tenemos que objetar, pues es imposible que tamaña manifestación de piedad popular en su mejor expresión no atraiga la atención de los forasteros, como así ha sido desde los tiempos de Peyré y tantos viajeros románticos. Este año con un matiz añadido: han sido las cofradías de la ciudad, representadas por su Consejo, las que directamente han promocionado la fiesta recalcando la gran carga de tradición y su rico patrimonio, aun con un punto de cautela al otorgarle al acto un valor experimental, de acuerdo con las palabras de su presidente pronunciadas allí ante el cartel anunciador de este año.

Dando por sentado la importancia del turismo para la economía de la ciudad y el reclamo de nuestra fiesta mayor como un incentivo más, no termino de comprender la presencia de los cofrades en este tipo de iniciativas, por muy buena intención que tengan. Salvo que se me escape algo, ni está entre las funciones de nuestras hermandades promocionar la Semana Santa como atractivo turístico, ni un hipotético incremento de la demanda redunda en su beneficio. Antes al contrario, hasta puede serle perjudicial contribuir a alimentar la cada vez menos controlable masificación, favoreciendo de paso una excesiva culturización de la fiesta (ya apuntada en ese proyecto de museo compartido), primando el espectáculo por encima del testimonio de fe.

En estos tiempos tan cambiantes y confusos donde las hermandades tienen campo que explorar, no parece lo más conveniente invertir el tiempo en actuaciones prescindibles que competen a otros. Y lo único que nos faltaba ya era promocionar a capillitas ricos de París o Nueva York, como si con los de aquí (yo el primero) no tuviésemos bastante.

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