Columnistas de opinión

Los más tediosos son los políticos militantes de provincias metidos a articulistas

Hoy que mi mente anda seca de ideas consumiré esta columna en hacer metaescritura de opinión. La dedicación de comentarista de diario tiene sus pros y sus contras, siendo la resultante, algunas veces, materia de ingratitud. Suele pedírsele al articulista de opinión una atención prioritaria a los aspectos de las noticias frescas que, como el pescado, tardan poco tiempo en caducar. Siempre he preferido los análisis que, aunque partan de una realidad contemporánea, sirven para reflexionar a un nivel más intemporal. Un conjunto de artículos así planteados y argumentados acaban configurándose, a la postre, como un corpus global de pensamiento, una especie de legado que identifica a su hacedor. Otro debate sería si esta forma es la más idónea para ser publicada en un periódico de actualidad; en principio, siempre que los temas revistan un interés general o aborden problemáticas universales, pienso que se justifica su presencia. Sospecho que un numeroso grupo de lectores preferiría la lectura de columnas de opinión libre frente a las narraciones periodísticas, fingidamente objetivas, de las noticias. Y estos lectores demandarían una expresión de coherencia ética, el atrevimiento del librepensador y la manifestación del talento del articulista. El problema reside en encontrar, últimamente, estos caracteres de independencia y brillantez en buena parte de las secciones de opinión de la práctica totalidad de la prensa patria, independientemente del ámbito de distribución. Hoy no existe el periódico libre. El intelectual verdadero, sin dependencias de este o aquel pesebre, es individuo incómodo para casi todos. Por eso, lo normal es encontrar articulistas vinculados ideológicamente con la mano que les da de comer, sin matices intermedios y haciendo gala de un sectarismo bien aprendido. Los más aburridos, con diferencia, son los políticos militantes de provincias -generalmente con cargo público- metidos a articulistas. Se dedican a una escritura tediosa que ensalza las virtudes de su ideología o grupo y contempla la oposición política como compendio de todos los males imaginables. Suelen ser columnas de una argumentación deficiente, con cierto infantilismo de planteamiento, y en ocasiones hasta mal redactadas. También existen los prohombres que han de pasar por cultos y edifican un prestigio de paletos con una escritura de aspiraciones eruditas o literarias.

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