El medio y el ambiente

Comercio solidario

Vendía las láminas a dos reales para financiar las castañas que comprábamos al entrar en el Instituto para hacer guerrillas

Hace unos días, recordé mi primera experiencia comercial: fue en el Instituto con 12 años, cuando cursaba 3º de Bachiller. Teníamos Dibujo Artístico, para el que siempre he sido un perfecto negado. Lo aprobé en 1º y 2º porque mi primo Juan Ignacio (q.e.p.d.) me hacía los dibujos, y yo vivía feliz en clase de dibujo. Pero la confianza mata al hombre (y al alumno desocupado) y el problema llegó en 3º cuando llegó a mi vida don Ramiro. Mi primera equivocación fue pensar que no me hacía caso, porque en clase me veía garabatear pero le entregaba las láminas perfectas (hechas por mi primo). Además, casi todas las noches nos veíamos (de lejos, guardándole las distancias) en La Flor de la Mancha y eso me dio vidilla y me crecí.

Como "al hombre desocupado lo tienta el diablo", y en clase de dibujo me aburría, analicé el entorno y descubrí que las láminas de dibujo costaban 1 peseta y eran prácticamente iguales a unas cartulinas que le daba a mi padre la bodega de Rioja del Monopole para confeccionar el Menú del Día del Restaurante, por lo que se me ocurrió venderlas a dos reales (o sea, 50 cts.). Pero no por avaricia, sino para financiar las castañas que comprábamos por la tarde al entrar en el Instituto para hacer guerrillas entre el A y el B que lógicamente era el mío. Y todo junto, fue una mezcla explosiva, que explotó, me declaré responsable y don Ramiro me dijo: ni en Junio ni en Septiembre, ya veremos cuando apruebas.

Mira por dónde al año siguiente estuve enfermo todo el curso y tuve que repetir 4º, con lo que ya llevábamos el tercer año con el temilla del dibujo. Y me encontré con 4º aprobado, la reválida en puertas, y don Ramiro que no me examinaba, a pesar de que se lo habían recordado don Pascual Y don Francisco Guil. Yo "un poco nervioso", y por fin me dijo: "anda, ya estás aprobado". En Preu también tuvimos nuestras cosillas, pero eso otro día. Hoy nos ceñimos a las enseñanzas de esta aventura: yo nunca lo comenté en mi casa, pero mi padre lo sabía y nunca me dijo nada. Me imagino que "el trato" era mutuo: "déjelo usted que así aprenderá". Fui responsable y aprendí a serlo más. No me produjo ningún trauma. Ha sido de los profesores que más he querido. Me enseñó mucho y se le notaba que no le era indiferente, notas aparte. Me enamoró del dibujo lineal y de tratar de conseguir la perfección en el trabajo. No tuve que ir al psicólogo. Mi padre se ahorró ponerme un castigo. Y además de haber suspendido tan heroicamente, me siento orgulloso de lo que hice porque no me lucré y el fin era lícito, honesto y generoso.

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