Un partido declaradamente xenófobo o homófobo no convierte automáticamente al conjunto de la ciudadanía a la que se dirige en peligrosos racistas, ni despierta espontáneamente odio y visceralidad contra el colectivo LGTB, en toda la gente que escucha las consignas y mensajes de los dirigentes ultras. La existencia de partidos de extrema derecha, que ha proliferado en los últimos años en toda Europa, no hace necesariamente peores a los ciudadanos individualmente, porque la inmensa mayoría de la ciudadanía es abierta, y la educación y la cultura democrática y de los derechos humanos, la igualdad y la pluralidad, está plenamente asumida por el conjunto de la sociedad en las que vivimos. Sin embargo, la proliferación y actualidad de discursos de odio en la esfera pública ampara de alguna manera comportamientos y acciones individuales o grupales de odio. Si desde la esfera pública y desde las tribunas institucionales, se defiende el odio o se persigue la igualdad entre hombres y mujeres, en la esfera privada y en los entornos laborales, familiares o sociales se tiende a considerar legítima la concreción de ese odio en acciones o agresiones violentas. El discurso del odio en la esfera pública llama a la acción de odio en la esfera privada. Si para algo sirve la política y el discurso político es para hacer pedagogía en la sociedad, para educar en valores, derechos e igualdad. Pero esa misma pedagogía política se puede usar de forma inversa, para despertar odio y radicalidad en una parte de la sociedad y en determinados comportamientos individuales.

Existe una legalidad que amparada constitucionalmente en nuestras sociedades libres y democráticas a los partidos de ultraderecha que promueven ese tipo de discursos, aunque muchas veces esas organizaciones pretendan recortar las libertades de muchos y condicionar la democracia de todos. La cuestión para la inmensa mayoría de nosotros es cómo combatir eficazmente el odio en la sociedad, en el clima social y político. Y no es suficiente con la condena de la acción violenta y la agresión a mujeres, gays o inmigrantes. La inmensa mayoría, a la que nos repugnan esas acciones, debemos alzar continuamente la voz en el ámbito público y también en nuestro entorno privado para condenar el discurso de odio que está en la raíz de los actos violentos que proliferan en la sociedad.

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